miércoles, junio 29, 2011

Carreteras vs laberintos (con Anna Calvi de fondo)



El cd de Anna Calvi empieza a sonar. Pliega la capota del coche y sube el volumen para que vuele como un vestido al viento. El sol de la mañana, el que aún es suave, cae sobre sus hombros y sus muslos. Se mira en el retrovisor, se contempla. A veces usa la barra de labios que le robó a su novia aquella mañana. Se acaricia el pelo y vuelve a mirarse. Primero escucha Desire, luego Blackout, después I'll be your man. Y para rematar, tres veces seguidas el cover de Surrender. Canta con fuerza el último verso de la canción y piensa en follar con la propietaria del pintalabios en una playa. Y en formar una banda de rock. Pasadas varias horas, por cosas que no puede controlar, se siente hundida y avanza por una calle sin sombra. Sólo los solos caen. Luego, más calmada, escribe esto y no entiende cómo la carretera en línea recta, a veces, se convierte en un laberinto.

No sé qué cenar.




viernes, junio 24, 2011

Salvadas



Me he salvado de un precipicio y aún tengo el susto en el cuerpo, pero ahora sí estoy en el lugar que deseaba. Mi ilusión es un folio Din-A4 intacto. Carol Blenk, escarbaré y buscaré un diamante bajo la tierra.

martes, junio 21, 2011

Se aleja para volver




Antes de irme eché una mirada a mi escritorio: en el contador de verano sólo quedaba una pechina. Parecía imposible que el verano fuera a volver. Mi contador no era más que una excusa para creer en ello. Parece mentira que la isla esté, de nuevo, tan cerca, como si se moviera de lugar en invierno y nadara hacia otras vidas. Otras vidas, ninguna es la mía. Pero la ilusión con la que inicié mi contador está como esos folios que a veces me entregan mis alumnos después de haberse equivocado mil veces. Que el plastidecor no se puede borrar, por mucho que digan. Deja marca. Me sacuden por dentro esos niños que escriben tan fuerte que atraviesan el papel con el lápiz, para, al fin y al cabo, equivocarse. Me reconozco en todos ellos.

Hoy le he preparado creps en el patio a una niña. Yo le untaba la Nocilla, ella lo enrollaba y se iba a jugar. Luego volvía a por más, después de marcar un gol o casi.

Y qué si la niña ha traído creps el último día. Le hacía ilusión. Yo no podía arrebatársela durante mi último patio del curso.

sábado, junio 04, 2011

Tengo que madurar



Ahora recuerdo lo del puente y pienso qué gilipollas, con g de guarra. La advertencia estaba ahí: no pierdas lo importante al cruzarlo. Esto de meterme en la boca del lobo y luego salir gimoteando es muy mío. Tengo que madurar. Hacer eso que sale en las películas, que se ponen a estudiar, a entrenar o a trabajar sin pensar en nada más. Mientras, suena una de la canciones secundarias de la banda sonora.




Cuando se acaba la canción ya te has convertido en una persona mejor, pasas de ser Mourinho a ser Guardiola, el repelente. Menudo rollazo. Yo no soy del Barça. El otro día, cuando ganaron el partido, estábamos en el cine viendo "Pequeñas mentiras sin importancia", una película que vale más que cien celebraciones futbolísticas, al salir, pasaban los coches tocando el claxon y cantando. Una niña de unos 11 años iba asomada por la ventanilla, con medio cuerpo fuera, hondeando una bandera. Yo le hice un gesto y ella me miró en plan "Hemos ganado y vamos a celebrarlo contigo, desconocida, que pasas por la acera". Hasta que se dio cuenta de que mi gesto era hostil: era el del dedo que significa vete a la mierda. Se le cambió la cara. Pobre niña. Me supo mal. Entonces, su supuesto padre aceleró. Me refiero a estas cosas... estas cosas tengo que evitarlas. Carol me dijo que no lo volviera a hacer más, que podían romperme la cara.

Puede que en unos meses ya no vea los tejados desde mi ventana, el edificio que están construyendo lo impedirá. Me recuerdan a Lisboa. Pero sí seguiré viendo la casa antigua del fondo, la que podría estar en Venecia. Una ciudad por otra.

He salido a comprar a las ocho de la tarde, a la hora en la que en verano la gente, recién duchada, sale con el pelo mojado a la calle. Antes de salir de casa se miran el escote, los hombros y las mejillas, y se sienten satisfechos porque están bronceados. A mí también me pasa.

Hace algunos meses giré una esquina, el sol se escondía tras un edificio muy alto y una gaviota paseaba por la acera. Me fijé en ella porque todo lo que me ocurría era imprevisible, exactamente como encontrarme una gaviota plantada en la acera. Intuí que iba a pasarme algo, pero no supe si iba a ser bueno o malo.

Esta semana pasada volví a encontrarme con otra. Estaba encima de un coche gris devorando algo que había estado vivo porque tenía piel y sangre. Los empleados de una oficina observaban la escena mientras se fumaban un cigarrillo en la puerta. Aquella gaviota era una anticipación de esta otra. Lo que intuí ya ha pasado... y no, no puede decirse que haya sido bueno. Yo las conozco muy bien, las gaviotas pueden ser asquerosas si se lo proponen. Una vez creímos que las habíamos domesticado a base de darles comida todos los mediodías. Nos gustaba verlas volar en círculo y oírlas graznar cuando les tirábamos pan duro. Pero simplemente estaban aprovechándose de la situación. Una gaviota no es un perro fiel y tontorrón.

Aquí estoy, intentando, una vez más, meterme en la película, en la secuencia en la que vuelves a encontrarte.