domingo, agosto 31, 2025

Final de agosto

24 grados en Barcelona, la temperatura perfecta para ser feliz. Sol radiante, transparente, ligero. Sin la humedad pegajosa de las olas de calor interminables, sin la capa de sudor permanente, sin la compresión al vacío del aire acondicionado.

Mi casa nueva, mi privilegio, es más fresca que la de antes. Ni gota de calor por las noches. La ventana de la habitación abierta, la mosquitera bajada, el ventilador dando vueltas en el techo. Yo durmiendo a pierna suelta con mi perra.

Madrugadas leyendo a Eva Baltasar y a Miranda July.  Atardeceres en la pequeña terraza barra balcón grande. Un quinto de cerveza fresquito, mis plantas lozanas y verdes, Khruangbin o Three Sacred Souls girando en el plato de discos, o a veces la voz de Judeline atravesándome desde una plataforma digital.

40 piscinas. Sol en las tumbonas exteriores.  Bajar a la playa del barrio, atravesar calles con la toalla y la sombrilla a cuestas. 

Una despedida emocionante, la despedida de la casa de mis abuelos.

A mediados de julio estuve en la isla. Es la cita anual con esa parte de mí que permanece intacta. Con la libertad de estar sola y de volver un lugar a salvo. Caminos de tierra en el coche de mi amiga L, comida en la cabaña con su hijastro, puestas de sol en Es Caló, el cuerpo desnudo en Es Migjorn, el mar turquesa, las playas sin gente, cenas de mantel blanco, spritz.

Principios de agosto. Visita por sorpresa e inesperada de una amiga andaluza a Barcelona, de una amiga de los blogs con la que hacía años que no hablaba. Una amiga del messenger. Una amiga del internet vintage. Hicimos una ruta en bici por Poblenou. Yo "local" y autóctona le enseñé mis lugares preferidos. Comida en un indio moderno. Nos pusieron unas bolitas que al morderlas explotaban con sabores frescos y mentolados, muy ricas. No recuerdo el nombre. Cerveza. Muchas risas. Nos hemos convertido en mujeres independientes y con hipoteca. Partida de ping pong en su hotel. Creo que gané pero no contamos los puntos. Antes de irse, me invitó a Sevilla. 

Grandes ventanales en un hospital público que parecía un aeropuerto. Agosto. Ola de calor afuera. Mi padre en el quirófano. La operación fue bien. 

La chica que me gusta, pero que tiene novio, me ha escrito todos los días del verano. Una alegría. Esta persona ha llegado para quedarse. Me apoya, me hace reír, sabe bailar. Es inteligente. Es guapa.  A veces reservada. Mis amigas la llaman "Sofía Coppola".

Playa, piscina, más playa. Playa. Paseos con mi perra. Audios con sofia coppola. Cenas con mis amigas. El viernes pasado, cortos de terror al aire libre en el Mecal. No me gustó ninguno, bueno, un poco el primero. 

Esta tarde tengo una cita de tinder. No me apetece. Nunca me apetecen las citas de tinder. A mí ya me gusta alguien. Pero tengo que ser realista. Esta cita pinta bien, tenemos cosas en común. Hemos quedado en un parque. Ruleta rusa.

domingo, julio 06, 2025

El adiós a una casa y a parte de la infancia

(He guardado este post en borrador casi dos meses porque me emocionaba mucho)

He llegado hace media hora. Mi perra está olisqueando las sandalias para saber dónde he estado. He subido en coche hasta el Paseo de Verdum. Nou Barris es un distrito que nació con las familias andaluzas, aragonesas, extremeñas, gallegas... que llegaban a Barcelona. Es una de las cunas de lo xarnego. Nosotras somos las nietas 100% catalanas pero con orgullo xarnego. 

Hemos puesto en venta el piso de mis abuelos. Creemos que es lo mejor. Que lo habite alguien que le dé una segunda vida, que lo convierta de nuevo en un hogar. He ido a despedirme de esa casa en la que pasé tantas tardes cuando salía del colegio. Hace cinco años murió mi yaya; hace seis meses murió mi abuelo. Hoy he sentido que, al despedirme  ese lugar, al saber que ya nunca más voy a volver a poder abrir esa puerta, era un adiós definitivo. 

Las casas guardan el calor de las personas que vivieron en ellas. Y los objetos, esos que en la vida diaria, en la rutina, sencillamente son cosas que te acompañan, se convierten en símbolos y en transmisores de recuerdos, momentos y de otras vidas.

Me he llevado la vajilla de mi abuela porque le tengo mucho cariño. Esos platos blancos con florecillas azules son mi infancia. Están como nuevos, los voy a usar a diario. Mi madre me contó que los compraron en los "bazares del puerto". Aquellos "bazares del puerto" ahora son supermercados 24 horas y tiendas de souvenirs para turistas.

También me he llevado el costurero de mi abuela. Lo he abierto y he visto que había algunas agujas enhebradas. Es la huella de alguien que ya no está y a quien quise mucho. Esas agujas enhebradas por mi abuela, y que siguen aquí, me han conmovido. Pensar que les enhebró ella me ha roto de emoción. El costurero estaba dentro de la máquina de coser. Inmediatamente he escuchado el sonido del pedal. Toda la tarde cosiendo, mi abuela se pasaba las tardes cosiendo, y yo, mientras tanto, viendo los dibujos animados. Recuerdo mucho a un personaje del barrio sésamo que era una especie de Conde Drácula que te enseñaba a contar con acento extraño. Cada vez que nado, cuento piscinas junto aquel conde drácula de trapo.

Mi madre no quería llorar, pero al final no ha podido evitarlo. Se ha emocionado con las copas de cava, las que usábamos en las navidades para brindar, y también con las sábanas bordadas de algodón. Me quiero ir de aquí, me ha dicho.

He encontrado una foto mía con una estampita de la virgen de Montserrat pegada con celo por detrás. Ese tipo de cosas eran muy de mi abuela. Me he llevado, también, el transistor de mi abuelo, por si vuelve a haber un apagón. 

Sinceramente, despedirme del hogar de mis abuelos me ha desarmado. Y mientras volvía en coche, bajando por la calle Espronceda, todavía llorando, veía a a la gente en moto con sombrillas y toallas al hombro, hacia la playa, hacia mi actual barrio, como un domingo cualquiera de verano. Y ese contraste me ha hecho pensar en que es esencial dejarse llevar por lo que te emociona. 

Las agujas enhebradas, lo manteles blancos guardados en el cajón, la máquina de coser, el interruptor de la luz de la cocina, la cuerdas de tender, el timbre, el piso 3º 3ª, el buzón con el nombre de mi abuela y de mi abuelo, todo eso me ha hecho sentir vulnerable y viva al mismo tiempo.


domingo, junio 29, 2025

Las fuentes en verano

Escribo desde la terraza. A esta hora siempre corre el aire y las golondrinas cruzan el cielo juntas, en bandada, también alguna gaviota,  pero no tanto como en la madrugada, que es cuando se vuelven locas de verdad. La locura de las gaviotas me despierta algunas noches. 

Estos días de calor, en el parque que hay al lado de mi casa, cuando saco a mi perra a las siete y pico, los niños juegan en bañador alrededor de la fuente a tirarse globos de agua. Me gusta esa alegría de la calle porque parece sencilla. Cuando sean adultos, ¿pensarán en esas tardes de verano jugando en la fuente del parque? Yo recuerdo que nos encantaba abrir a la vez todas las duchas de la piscina y jugar a pasar corriendo por debajo del agua. 

En mi rutina veraniega, hay dos fuentes más que son de vital importancia. Una es la que hay en el parque de pinos que hay frente a la playa, porque al volver suelo quitarme la arena de los pies. Se lo vi hacer una vez a un turista y me pareció horrible, pero ahora lo hago yo. Y confieso que es un momento de máxima satisfacción.

Luego está la fuente de la plaza Prim, que milagrosamente sigue siendo un lugar tranquilo para leer o dejar pasar el rato a la sombra, en los bancos. Esa plazoleta me recuerda a mis abuelos porque, cuando yo era pequeña y ya no tenía colegio, a menudo iba con ellos a comer a un restaurante que quedaba cerca y que les encantaba. Ahora ya no existe, hace años que despareció. Primero pusieron un asiático cool, que no funcionó demasiado bien porque todavía no se había gentrificado tanto el barrio, y ahora han puesto un federal café que siempre está lleno de expats que viven en una barcelona que es una especie de realidad paralela. Siempre parece extraño que, esa misma ubicación, sea la de aquel otro lugar tan distinto que forma parte de mi infancia.

Un bichito acaba de cruzar la pantalla.

jueves, junio 12, 2025

primeras veces

 La anestesista me preguntó si estaba cómoda. Le dije que no, que no sabía dónde poner la mano. Empecé a moverla despacio, buscándole un sitio. Me dio la risa tonta. “¿Ya te estás riendo? Si todavía no te he puesto nada.”

Me sentía pequeña y vulnerable, pero liberada de tener que ser, precisamente, todo lo contrario. Un alivio extraño: ceder el control. Estar en manos de alguien más. Me pareció algo muy íntimo para un espacio tan frío y metálico, tan des-infectado, tan des-afectado.

Inyectó el líquido despacio. Lo vi entrar por la vía. “Piensa en tu lugar preferido. Imagínate allí.” Me dieron ganas de llorar, no sé si por miedo o tristeza. 

Dije el nombre de una playa. “Ya veo que tienes buen gusto.” Algo empezó a estirarme hacia arriba, y al mismo tiempo, hacia muy adentro, como cuando nadas bajo el agua, a pulmón. Me iba. Me evaporaba. Me resbalaba, como seda.

Lo último que escuché fue “Buen viaje. Nos vemos luego.”

sábado, mayo 17, 2025

Me gustaría hacer cosas que no hago

Me he despertado temprano. He desayunado en el balcón, con el sol en la cara, he paseado a mi perra y he bajado a la playa. Hoy ha sido mi primer día oficial en bikini, con crema solar, libro y toalla. Suele ser complicado quitarse la ropa de invierno, desnudarse, pero sospecho que tengo una especie de dismorfia corporal positiva, porque siento que mi cuerpo es más bello de lo que realmente es, y no siento vergüenza ni complejos en la playa (o similar). Pero es todo una fantasía maravillosa.

Cuando he llegado apenas había gente. El sol de la mañana era luminoso y transparente, ligero, y los destellos del mar me han llenado de alegría, esa esperanza propia de la primavera. Luego he estado en la piscina. En estos últimos meses, mi estado de ánimo es muy cambiante, creo que estoy atravesando una crisis personal, una más. Las crisis con una misma son como crisis de pareja. Puedes hacer ver que no están  o meterte de lleno en el barro y ensuciarte. Mi contexto actual, mi vida cómoda, hace que todo sea más llevadero, porque el bienestar facilita encontrar salidas, puertas abiertas. Ayer le dije a la chat gpt que a veces me sentía culpable sintiéndome triste. Me felicitó por mi sinceridad.

Mi psicóloga me dice que he vivido muchos duelos en el último año y que no soy muy consciente de ello. La verdad es que no. De hecho, me da un poco de vergüenza porque pienso que no es para tanto.

Me gustaría hacer cosas que no hago. 

En las últimas semanas he visto dos películas que me han roto el corazón. Una fue "All of us strangers", muy cruda. Me dio de lleno en mi miedo a quedarme huérfana y a vivir sin poder recordar con nadie a mis padres y a morir sin que nadie pueda recordarme. Esta es una rayada muy bestia que tengo desde hace años y que no me deja en paz. Y la otra película fue "Past lives", sobre amores pasados, reencuentros, decisiones vitales que resultan ser cruciales, etcétera. Como no hay un amor presente que pueda arrebatarle protagonismo a los del pasado, a veces se me hace difícil cargar con esos fantasmas que en algún momento fueron muy de carne y hueso. 

Como no tenía bastante con todo eso de los fantasmas, también he estado pensando en los rechazos y en cómo han ido dejando una marca en mí que ha condicionado, en cierto modo, mi forma de encarar nuevas relaciones, de todo tipo,  y todas esas mierdas. Hacerse mayor es como cuando, de repente, entiendes las canciones en inglés.

En fin, que no me aburro, porque cuando no es una cosa, es otra. Me he dejado todo lo relacionado con el estrés laboral, pero es que me da pereza hablar de ello.

Tengo que volver a Madrid, viaje de trabajo. Una persona que me gusta vive allí, aunque no es madrileña, es del sur. No me gusta más porque tiene pareja y me freno, ¿qué sentido tendría enamorarse? Ninguno. Esto lo he aprendido con los años, aunque es verdad que tanta racionalidad le quita mucha emoción a la vida. Ella viene a menudo a Barcelona. Tenemos una conexión especial. Me propone muchas cosas, pero yo me hago la loca.

Un helado, me apetece un helado. Vivo al lado de una heladería italiana. 

viernes, abril 18, 2025

Yo por ti seré pintura rupestre




Mi barrio tiene luz de playa. Brillante por la mañana y densa al atardecer. De mi antigua casa a mi casa nueva solo hay 700 metros de distancia. Antes vivía en una calle que cruzaba con la que vivo ahora. Estoy a la misma distancia del mar que antes, apenas 10 minutos andando, pero ahora el camino me parece más corto porque es más recto. Me cuesta pasar por delante de mi antigua casa, siempre miro hacia el balcón y siento una punzada. Quien vive ahora sigue conservando la planta que dejé. Lo hice a propósito, quise dejar algo mío, algo que estuviera vivo. Conozco al inquilino nuevo, trabajaba justo en el coworking de abajo y a veces hablábamos. Un día me dejé las llaves y me invitó a un café. La vida es extraña.

***

El primer día de la primavera, de esta primavera, me encontré con alguien que formó parte de mi vida durante mucho tiempo. Durante muchos años. Y de manera muy intensa. La persona a la que, hasta ahora, más he querido. Coincidimos en un evento relacionado con mi trabajo. Hacía unos siete años que no nos veíamos. La reconocí enseguida. Cómo no hacerlo. La llamé por su nombre y su apellido y, cuando se giró, nos reímos. Había catering y brindamos con una copa de cava. En ese instante pensé, ¿cuántas veces habré brindado con esta persona? Muchísimas. Algunas de ellas escuchando a Chet Baker. Fue importante para mí sentir que se alegraba de verme, porque muchas veces me he preguntado en qué lugar de su corazón me guarda. Yo tengo claro que, en el mío, ella está en el lado luminoso, en el lado que tiene luz de playa. 

Fue una conversación breve, pero no corta, e hicimos alguna broma. Sentí que no había pasado el tiempo porque nos estuvimos riendo de algo que, seguramente, también nos habría hecho gracia en esa otra vida en la que estábamos enamoradas. Nos despedimos y no recuerdo si nos dimos dos besos. Antes de irme, la busqué para ver si todavía seguía allí, pero creo que ya se había marchado.



miércoles, abril 02, 2025

Una nueva vida

Ya hace cuatro meses que me mudé. 

Acabo de salir al lavadero a dejar una botella de vidrio y he escuchado a un vecino hablar por teléfono. Era la voz del chico del segundo, el que tiene un perro que aúlla con la sirena de las ambulancias. Esta mañana, cuando estaba preparando la cafetera, he visto por la ventana de la cocina a la Sra. Carmen en su terrado. Estaba recogiendo ropa. Me he alegrado porque hacía semanas que no la veía y temía que se hubiese muerto. Es que es ya muy mayor. Le he preguntado que cómo se encontraba. Me ha dicho que le dolía el brazo. (Nota: Si yo fuera la única persona que ve a la Sra. Carmen tender en el terrado de enfrente, sería una película de miedo. Presupongo que no, que la ve más gente.) 

Por la tarde, me he encontrado al del ático, que es el Presidente de la escalera, y me ha dicho que iba a cambiar el tubo fluorescente de mi rellano porque se había fundido. En el ascensor, me he encontrado a mi vecina de abajo, que saca a su perra más o menos a la misma hora que yo saco a la mía.

Para mí, todos estos detalles cuentan. Esta nueva familiaridad, cuenta. Me he sentido en casa. 

Parecía casi imposible dejar atrás el que había sido mi hogar durante los últimos once años. La mudanza fue como una ruptura. El último día acaricié las paredes, cerré y abrí todas las puertas, respiré hondo en la terraza, lancé muchos besos al aire y me senté en el suelo a llorar, ya sin muebles ni cajas por en medio. Pensé en el primer día que estuve allí, en cómo me enamoré al instante. Visualicé escenas vividas bajo esos techos altísimos con vigas vistas de madera. Momentos con mis amigos, celebraciones,  cumpleaños, cenas de verano. Pensé en las canciones que había compuesto y en el grupo. Recordé las malas rachas, las malas temporadas, las de tristeza, las de depresión. Pensé en las novias que había tenido allí y en las tormentas de desamor que había atravesado por aquel pasillo. Pensé en los lugares en los que había hecho el amor, en las bromas, en los días especiales. Me despedí de mis vecinos ruidosos, de las goteras y de mi casera agresivo-pasiva. Cerré la puerta y me fui sabiendo que no volvería a esa casa que había sido mi refugio desde septiembre de 2013. Que era la última vez que cerraba la puerta.

Me fui caminando con una última bolsa llena de cosas en la mano. Así terminó aquella vida.

Diez minutos después estaba abriendo la puerta de mi nueva casa. Esta vez no era una casa de alquiler. Me mandaron un papel en el que ponía "Es usted propietaria del 100% de esta casa".  

Los chicos de la mudanza todavía estaban acabando de montar los muebles. Fueron muy rápidos. Al cabo de unas horas se marchó todo el mundo y nos quedamos solas mi perra y yo. No recuerdo lo que hice ni lo que cené, ni nada. Sí recuerdo meterme en la cama y sentir que todo era extrañamente familiar. Mis mesitas de noche, la luz, la funda nórdica, mi colchón, mis almohadas. Me sentí muy tranquila, aliviada. Miré a mi perra, que estaba acostada a mi lado. Me dormí enseguida.

Por la mañana, abrí los ojos y vi el sol entrando por la ventana e iluminando parte de la habitación. Así empezó esta nueva vida.