Ya hace un año que me mudé.
La primera vez que vi el piso me fascinaron los azulejos del lavadero.
Recuerdo que había un jamón colgado y me sorprendió, hacía años que no veía una pata de jamón en una casa.
Ya hablé hace tiempo de cómo me impresionaba cuando iba a ver un piso en venta y se palpaba que seguía siendo el hogar de alguien o que lo había sido.
Luego supe más de la historia de la casa porque la anterior propietaria me contó que su marido era albañil.
Imaginé al Sr. Antonio, que es como se llamaba, alicatando las paredes del lavadero con los azulejos. Es muy difícil que un lavadero sea acogedor, pero este lo es. Da un patio de luces abierto y la ropa se seca al aire y con el sol. Creo que Antonio le puso tanto amor a esas paredes que ha llegado hasta mí desde muy lejos.
Estoy preocupada por mi padre. Verle enfermo me pone muy triste. No lo estoy hablando ni expresando demasiado, me lo estoy guardando para mí.
Hoy me he sentido en una travesía complicada hacia no se sabe donde. Luego me ha bajado la regla y he pensado que era por eso.
Hace una semana fue mi cumpleaños. Mis amigos me hicieron muchos regalos y trajeron mucha alegría, casi como si fueran los reyes magos. Estuve cocinando todo el día para que todo el mundo se sintiera a gusto y en casa.
El otro día soñé que me enamoraba de una tal Ariadna. Soñé con el preciso instante en el que sentía que me estaba enamorando. Tenía el pelo castaño claro y una voz muy bonita. No sé quien es. Fue un sueño muy real.
No ha habido ningún avance destacado con la chica que me gusta, excepto que me estoy desencantando poco a poco, que ya va bien porque era un reto complicado. Ay, el amor a veces se esfuma. Otras veces permanece muy adentro, tras los azulejos.

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