Hay muchas cosas que me inquietan, en estos momentos. Algunas son banales, como llevar todo un año intentando que los del seguro de la comunidad vengan a arreglarme los desperfectos que causaron las goteras por el mal estado del terrado. Y no hay manera. Hubo un error en el parte que dio el seguro, o no sé qué historias me cuentan desde hace 10 meses. Llamo cada semana. Y les he escrito muchos mails. No me hacen caso. Tampoco me hacen caso mis vecinos, que siguen haciendo ruido hasta las tantas, días sí día no. He hablado mil veces con ellos. Normalmente el que media es muy educado y pide disculpas y apaga la música y se trasladan a otro lugar de la casa a seguir hablando a gritos, porque no saben, por lo visto, hablar de otra forma. Tengo unas ganas de que abran los bares y las discotecas, espero que cuando puedan volver a salir, no pasen tanto tiempo en casa haciendo ruido por las noches. Gente desubicada de 40 años. El mediador ya no vive en la casa y los que quedan son unos bordes, maleducados y un poco violentos, por cómo me han cerrado la puerta. Encima del buzón se les acumulan multas de tráfico, cartas de hacienda, de la inmobiliaria, del juzgado... No las cogen. Me temo que no hay solución y que voy a ser yo quien deba adaptarse (no sé cómo todavía, lo descubriré, he decidido darlo por perdido) o morir de sueño.
Estas son las banales. Aunque el insomnio no lo sea en absoluto, está jodiéndome el descanso.
Las importantes son la enfermedad de mi madre y, este último mes se le ha sumado la enfermedad de mi perra, que tiene mal las patitas y le duelen. La enfermedad de mi madre me da miedo, sencillamente eso, miedo porque la veo sufrir, miedo cada vez que nos dan el resultado de alguna prueba, miedo a que no se cure, miedo a que se muera. Ya lo he dicho.
No hallo, de momento, algo que amortigüe estas preocupaciones, una vía de escape, algo que le dé un poco de alegría o un sentido. A veces, la música me evade. También el sol, ver el sol por las mañanas. Ver a algunas amigas, juntarme con los del grupo. Ayer imaginé con todo detalle que iba al aeropuerto y llegaba a Venecia de noche. Me subía al vaporetto y atravesaba el Gran Canal con el reflejo en el agua de las luces de los palacios y ventanas iluminadas. Y el silencio de las calles vacías, sin turistas, y los puentes, solo se oía la sirena anunciando acqua alta. Llegaba a mi casa, a mi casa imaginaria, y me abría una botella de vino y miraba por la ventana. Tengo muchas ganas de escaparme y de huir un poquito. De estar conmigo en otro contexto.
Solo se trata de una etapa un poco mala, que se está alargando. Una etapa de desencanto, decepciones, desilusiones, necesidades al descubierto. Un día acabará y empezará otra.