Hace tres años me levanté una mañana pensando que necesitaba a alguien a quien cuidar. Se me ocurrió que podía comprarme un hámster; supongo que no me atrevía con nada más grande. Me dieron un papel en el que ponía que tenía una garantía de 15 días. Si se moría después, ya no me daban otro igual. Me pareció horrible.
Le puse un nombre y una jaula. Y le compré una rueda para que pudiera correr por casa. Estaba muy contenta con mi nuevo ser vivo.
Al principio, lo trataba como a un cachorro, porque desde pequeña había tenido perros en casa. Así que... lo acariciaba, le hablaba, lo cogía, le daba besitos al aire. Él me miraba con cara de confusión, como si no fuera con él la cosa. Yo me sentía muy frustrada porque él no me mostraba afecto, pero es que claro, yo tampoco sabía cómo lo demostraban los hámsters. Supongo que era complicado para él comportarse como un perro. Y para mí era complicado asumirlo todo en general, mi nueva vida, mi nuevo hogar, la separación, y todo eso del desamor.
Aunque el hámster no respondía a mis atenciones de dueña de perro, yo seguía intentándolo porque estaba convencida de que podía cambiar. Un día ya no se escaparía corriendo. Un día se quedaría mirándome y se tumbaría en mi regazo. Un día se haría un ovillo a mi lado mientras engullía alguna serie. Ese día llegaría. Le grababa vídeos y los editaba. Lo metía los domingos por la mañana dentro de la bola mientras desayunaba. Lo sacaba al balcón. Lo llamaba desde la otra punta del pasillo para que viniera corriendo. Etcétera.
Un día lo saqué de la jaula para hacerle unas fotos. Todo iba bien hasta que me mordió un dedo. Me asusté y abrí la mano de repente, y entonces él se cayó, o yo lo tiré (lo tengo borroso). Cuando tocó el suelo emitió un leve gemido. Lo atrapé y lo metí en la jaula corriendo. Entonces se quedó acurrucado en un rincón. Luego se escondió y permaneció así durante muchos días. Supongo que en ese momento abandoné mi idea de tener un hámster perro. Dejé de hacerle tanto caso. Me sentía un poco frustrada. No sé. Yo lo trataba bien y él parecía asustado. En cuanto oía que me acercaba, se iba corriendo. Empezamos a desconfiar el uno del otro. Yo le había hecho daño (soltándolo de repente y tirándolo al suelo sin querer) y él a mí (mordiéndome un dedo). Decidí dejar de tocarlo. Pasaron meses. Únicamente me limitaba a limpiarle la jaula, ponerle comida y agua.
Después de un tiempo me di cuenta de que siempre que yo me sentaba frente al ordenador, él salía de su casita. Yo lo miraba desde lejos. Luego, me di cuenta de que cuando le faltaba comida, empezaba a dar vueltas y a escarbar. Entonces, yo le abría la puerta y lo alimentaba. Un tiempo más tarde empecé a darle fruta entre los barrotes. Él la cogía con las manitas, la mordía y se iba.
Pasados dos años empezó a comportarse con más soltura, y yo también, pero cada uno en su papel. Él en el de hámster y yo en el de (pues no sé). Ambos encontramos nuestro lugar. Yo dejé de sentir esa especie de deseo por convertirlo en perro en cuanto acepté que era un hámster.
Esta tarde, al llegar de trabajar, me he sentado al lado de su jaula para ver cómo bebía agua. Y se me ha quedado mirando, y se ha acercado a los barrotes, y ha esperado su fruta. Y luego se ha ido a jugar con su algodón. Ha sido bonito.
Desde hace medio año tenemos una relación perfecta. Nos amamos a nuestra manera. Con mucho respeto. Voy a darle las buenas noches, está corriendo en la rueda.