La decisión de dejar mi piso e irme de viaje fue fruto de una iluminación al despertar. Supongo que el subconsciente todavía seguía activo. No lo sé.
Pero hubo otro detonante. Coincidió con un proceso de mantenimiento de las vigas de madera. La propietaria decidió hacerlo y a mí me lo comunicaron por teléfono una semana antes. Pensé que era genial tener una casera tan cuidadosa. Yo todavía no sabía que siete días después decidiría mudarme, si no le hubiera dicho que esperara a que yo me fuera. No tenía ni idea de lo que iba a pensar una semana después. Creo que hace años no me pasaba esto. Yo no cambiaba de plan así como así. Había una estructura.
El operario que me llamó por teléfono me dijo que tenía que recoger toda mi ropa, mis libros y los objetos frágiles. Pensé en guardarme a mí misma.
Hice cajas. Aquel proceso me confirmó que aquello estaba siendo una mudanza encubierta. Una señal. Y ahí se desencadenó todo.
He vuelto a mi casa después de más de 48 horas, tal y como me dijeron. He entrado y estaba todo destartalado. Los muebles amontonados, la cama de pie apoyada en la pared, las sillas y la mesa en la terraza, el sofá en un sitio que no era el suyo. Una lámpara rota. Un parte de incidencia de lámpara rota que en teoría tiene que pagar el seguro. El suelo asqueroso. Mi póster de los Goonies arrugado (ya me advirtieron que con el de París Texas ligaría más), debajo de un montón de cosas. Mi territorio hecho trizas. Yo no lo dejé así el martes.
He abierto las ventanas para seguir el protocolo. Tenía que estar al menos cinco horas ventilándose. Y me he bajado a la calle.
Al salir de la portería, uno de los chicos pakistanís del supermercado me ha saludado con una sonrisa de oreja a oreja. En todo este tiempo jamás me había dado los buenos días, y menos tan efusivamente. Joder. Me ha dado pena. He pensado que justo ahora que me iba me integraban en su comunidad.
Me he comprado una coca-cola y me he sentado en un banco frente a la boca de metro. En la estación de Bicing había una chica fumando. Me ha dado un vuelco el corazón porque se parecía mucho a X. Su gesto, su pelo, su cuerpo. Era igual. Todo igual. Me he quedado allí pasmada. Ella parecía estar esperando, porque ahí no hay nada más que hacer que esperar. Me he puesto nerviosa y he querido liarme un cigarrillo, pero no llevaba. Los ojos claros. Los labios así. Se le parecía tanto que me he quedado observándola, recreándome en la ficción. Me he puesto detrás. De espaldas era exacta. Me he movido y me he puesto a un lado. De perfil también. Si la miraba de reojo, era ella. Y me he quedado pasmada dejándome llevar por aquella tonta fantasía...
He planeado acercarme a la chica. Pedirle un cigarro. Contarle algo. Contarle que se parecía a un amor y que justo yo estaba dejando una casa, y que todo era raro. Que todo estaba patas arriba. Que cómo se llamaba. Que si era del barrio. No sé. Alguna respuesta. Entonces ha salido una mujer del metro y se ha ido con ella andando en dirección a la playa.
En fin. Es doloroso dejar de nuevo un hogar. Abrir los grifos por última vez. Todavía estoy a tiempo de echarme atrás, pero no creo que sea lo correcto. Me estoy acojonando.
Cada día me parezco más a Richard Novak, el personaje de la novela de A.M. Homes. Pero él, al final, se deja llevar. He vuelto a subir a mi casa para hacer pis. La emoción de ver a X, aunque fuera de mentira. La Coca-Cola Zero.
He vuelto a verlo todo desmontado. Parecía el primer día, como cuando llegué y todo estaba por hacer, pero era una nueva vida. He pensado en las cosas que quería que pasaran en ese lugar, y nada de aquello ha sucedido. Pero han habido cosas distintas. La vida es así. Está llena de sorpresas y de contratiempos.
He mirado hacia el pasillo. Me he puesto a reír.
No. En realidad, a lo contrario.
Me sentía perdida. Y un poco sola. Con todo el peso de no saber nada. Por qué no estaba bien en mi trabajo? Por qué no decidí ser una mortal más?
Me he puesto mi gorra verde con una avioneta pintada (me la dibujó un chico que hacía graffitis) y he vuelto a marcharme. Por suerte, A y M me han acogido en su casa y me han dado de comer muy rico. Hemos visto el vídeo de Eurovisión de Azúcar Moreno. Cuando salían a cantar y las trompetas no sonaban. Fue culpa del director musical. Y ellas se marchaban del escenario enfadadas. Y el de la guitarra se ponía a bailar para disimular. Quedamos en quinto lugar.
Yo también debería ponerme a bailar para disimular tanto desconcierto.