Empiezas a ver fotos, descripciones, vintage, de los 80's, frenos nuevos, cuadro original, sillín de piel, ligera, recién hecha la puesta a punto, neumáticos Michelín, cambios Shimano. Lo que tiene una, le falta a la otra. Comparas modelos. Abres el chat, preguntas cuatro cosas cruciales. Te imaginas montada en la bici, o por lo menos es lo que yo hago, por las calles de Barcelona, yendo al parque de la Ciutadella, bajando hasta la playa. Te la imaginas aparcada. Piensas en si la dejarías en la calle o en si la subirías a casa cada día. En qué pasaría si te la robaran. Al final, hay una bici que te hace gracia y tienes una cita, la pruebas, te das unas vueltas, les cambias todas las marchas, ajustas el sillín tímidamente porque todavía no le tienes confianza. Y dices "me lo pienso unos días", te vas a casa, reflexiva, en plan... ¿será mi bici? Pero es que, a lo mejor, el primer día no sabes si va a serlo, y llamas y dices "¿puedo probarla otra vez?" No es el modelo que tú tenías en mente, aunque siempre te ha gustado el estilo, del mismo modo que te gustan los longboards y no tienes uno, y también te gustan los patines y tampoco tienes unos... y te gustan los banjos, y te gustan las trompetas, y te gustan las baterías, y te gustan los tatuajes pero jamás te has dedicido del todo porque duelen y porque igual te cansas. Pero has ido en skate, has tocado el bajo, has tocado la guitarra eléctrica, has hecho patinaje sobre hielo en extraescolar y has besado a PJ Harvey.
Bicis y chicas, chicas y bicis, cuestiones importantes de la vida.
Y una tarde, estás en casa, suena una canción y piensas, joder con la bici que probé.