El sol se pone más tarde y los días alargan, y así será hasta la noche de San Juan, cuando empezarán a menguar de nuevo... El tiempo es imparable, como un convoy que avanza sin descanso entre el amanecer y el anochecer y a través de la madrugada. Esto me ha quedado muy cursi, pero lo voy a dejar porque me gusta ponerme pomposa -de vez en cuando.
Salgo a dar una vuelta por esta ciudad que solo parecen adorar mis amigas argentinas, que están encantadas con Barcelona.
Paseo sin rumbo definido, voy decidiendo las calles a medida que se acercan y me encuentro con los edificios que de niña veía desde la ventanilla del coche de mi madre, cuando íbamos a buscar a mi padre a la oficina y comíamos en aquel bar de menú diario que ahora es uno de esos locales llenos de plantas de interior, que son una cafetería y un coworking y un estudio de yoga, todo a la vez, en el que la palabra cortado está en cursiva porque es la única en castellano, y donde la gente parece estar teletrabajando pero están en instagram o en tinder.
Dentro de un rato se llenará el carril bici de familias. Voy a esconderme.