Ayer vacié mi taquilla. Me llevé todas las cosas acumuladas durante estos años. Algunas no eran importantes. Cosas del trabajo y del día a día. Irte de los lugares cuesta, sobre todo de esos en los que has crecido y te has superado, o has luchado por ello.
Lo más simbólico fue mi guitarra. Porque las guitarras son el alma de quién las toca y no puedes dejarlas en cualquier lugar. Tenía que ir a buscarla.
Me traje (de gala) a mi bonita guitarra azul oscuro de batalla, que ha sido como una hermana para mí —como hija única tengo totalmente idealizadas a las hermanas pero que nadie me haga entrar en razón—, ha sido como una hermana gemela para mí. A veces me incordiaba y tal... pero la quiero.
A mi guitarra hermana debo buscarle un lugar en nuestro campamento base. Ahora está junto a mi otra guitarra, que no es hermana, es amiga. Es que mi relación con ella es distinta. Mi guitarra amiga ha compartido muchos momentos conmigo y también es muy importante, súper importante, pero a ella le tengo que contar las cosas, mostrárselas a través de canciones. A mi guitarra hermana no tengo que contarle nada porque me capta todo el rato. Ahora las pondré en el sofá a ver pelis en Filmin. No vamos a caber. Voy a tener que hacer comida para tres. Quiero mucho a mis dos guitarras (como mis guitarras saben leer el blog, excepto las frases en cursiva, debo procurar que no se pongan celosas ahora que van a estar juntas todo el día). Mi guitarra amiga nació en una ciudad que está en mi corazón; mi guitarra hermana creció conmigo (con esto me las las acabo de camelar a las dos). Parece que, de momento, se llevan bien.
Las guitarras tienen una parte que se llama "alma". No se ve porque está dentro del mástil y ayuda a soportar la presión de las cuerdas tensadas. Sin alma, el mástil de una guitarra se dobla.
(¿Y ahora qué? ¿Se me ha ido la olla? La pinza?)