Dándonos amor

El fin de semana pasado dormí poco pero aproveché muy bien mis horas despierta. Estuvimos tocando en una fiesta dentro de un convento de una antigua colonia industrial abandonada. Ahora funciona como residencia artística y espacio creativo. Me sentí en paz al lado del bosque y del río, que bajaba repleto de agua. Puede que, cuando tenga vacaciones, me escape allí unos días para escribir o componer. Me sienta bien desconectar de la expectativa de la ciudad. Nuevamente fui la única mujer que tocaba. Sobrevivimos a una performance muy ruidosa en la fábrica de la colonia (2 hombres) y a una posterior fiesta de electrónica (1 hombre) con unos samplers fantasmagóricos y siniestros que se colaron por todos los rincones hasta el amanecer. Lo malo es que a las 9 de la mañana ya estaba conduciendo con los demás en el coche (4 hombres), cegada por el sol y sin apenas haber dormido, de vuelta a Barcelona. No podíamos quedarnos durmiendo porque nos esperaban en el estudio (otro hombre) pa