No nos damos cuenta de lo que es extraordinario hasta que pasan los años y, un buen día, tendiendo la ropa, pensamos: fue insólito. En ese momento aparece una grieta en la pared, pero nadie la ve. Las señales: una chica se aparta el pelo de la cara; alguien escoge una lechuga de entre todas las del mercado; una profesora subraya el título de una canción; un niño mira por unos prismáticos del revés para verlo todo más lejos; una mujer con dos nombres planea una fuga a Venecia. (Me permito hablar así porque he leído que a los 30 ya se es una mujer de mediana edad; por lo tanto, ya puedo empezar a teorizar sobre el paso del tiempo. Yuju.)
En mi caso no fue así, porque cuando vivía en Girona era consciente de lo asombroso que era despertarse cada día escuchando los pasos sobre las tablas de madera del puente. Este fin de semana he comprobado que han cambiado las láminas y que ya no suenan como entonces. De todas formas, sigue siendo una ciudad parar vivir sabiendo que cientos de muros se agrietan a diario.
Paseando por mi antiguo barrio vi que en la Calle Ballesteries han abierto una tienda de guitarras. El flechazo fue instantáneo; tenía que comprarme esa guitarra. Un instrumento para tocar la ciudad con mis manos desde cualquier lugar del planeta... iba a decir "Marte". Me pregunto si he vivido alguna vez en la Tierra.