Me duele la garganta cada vez que intento tragar saliva. Me he tapado con una manta en el sofá y me he puesto a leer. Me he quedado dormida.
Me ha despertado Carol, que estaba tecleando cada vez más rápido. Yo me preguntaba, qué escribirá, qué escribirá... pero me lo preguntaba en una calle llena de niebla, en sueños.
Tengo fiebre y estoy cabreada porque me la repatea, por ejemplo, la serie “Perdidos”. Y también algunos libros y películas que no dejan de encantarles a los que me rodean. Cada vez me siento más lejos de ellos y de ellas, cada vez me cuesta más ser amable y fingir que me interesa muchísimo lo que me están contando. No es que yo me sienta exclusiva, nada de eso, yo creo que son los demás los que se sienten así, cuando en realidad son todos como ovejas clon.
Estoy harta de la gente que tiene hijos y te lo cuenta treinta veces, parece que no existan más padres ni madres en la Tierra, únicamente ellos: la familia escogida para tener un hijo/hija. No me parece mal que se sientan felices y únicos, yo también me sentiría así, pero me parecen unos y unas palizas, todo el día hablándote de ésa especie de proeza, cuando a fin de cuentas, tener un hijo es relativamente fácil. Antes sí era complicado. Nuestras bisabuelas y abuelas tenían diez hijos o más y no le daban tanto bombo. Algunos se morían en el parto, pero al cabo de un año volvían a estar embarazadas de otro. No sé, todo era más natural y más salvaje.
Hace un par de semanas estuve en un concierto con mis alumnos de ocho años. Delante de mí había una profesora mayor que yo, con un grupo de niños reducido, unos veinte, no más. Estaba callada, los alumnos también, como hipnotizados por ella. Era una mujer interesante, tranquila, parecía muy segura. En calma. Sus alumnos estaban muy atentos todos. No les daba instrucciones, no les contaba nada. Yo les hablaba bajito a los míos sobre los instrumentos. Una niña de su clase me miraba todo el rato e intentaba escuchar lo que yo estaba diciendo.
Luego, la profesora se iría en metro con los niños, seguro, no es de las que va en autocar, y comería en casa sola, o fuera en algún restaurante de menú, pero de menú caro.
Me ha despertado Carol, que estaba tecleando cada vez más rápido. Yo me preguntaba, qué escribirá, qué escribirá... pero me lo preguntaba en una calle llena de niebla, en sueños.
Tengo fiebre y estoy cabreada porque me la repatea, por ejemplo, la serie “Perdidos”. Y también algunos libros y películas que no dejan de encantarles a los que me rodean. Cada vez me siento más lejos de ellos y de ellas, cada vez me cuesta más ser amable y fingir que me interesa muchísimo lo que me están contando. No es que yo me sienta exclusiva, nada de eso, yo creo que son los demás los que se sienten así, cuando en realidad son todos como ovejas clon.
Estoy harta de la gente que tiene hijos y te lo cuenta treinta veces, parece que no existan más padres ni madres en la Tierra, únicamente ellos: la familia escogida para tener un hijo/hija. No me parece mal que se sientan felices y únicos, yo también me sentiría así, pero me parecen unos y unas palizas, todo el día hablándote de ésa especie de proeza, cuando a fin de cuentas, tener un hijo es relativamente fácil. Antes sí era complicado. Nuestras bisabuelas y abuelas tenían diez hijos o más y no le daban tanto bombo. Algunos se morían en el parto, pero al cabo de un año volvían a estar embarazadas de otro. No sé, todo era más natural y más salvaje.
Hace un par de semanas estuve en un concierto con mis alumnos de ocho años. Delante de mí había una profesora mayor que yo, con un grupo de niños reducido, unos veinte, no más. Estaba callada, los alumnos también, como hipnotizados por ella. Era una mujer interesante, tranquila, parecía muy segura. En calma. Sus alumnos estaban muy atentos todos. No les daba instrucciones, no les contaba nada. Yo les hablaba bajito a los míos sobre los instrumentos. Una niña de su clase me miraba todo el rato e intentaba escuchar lo que yo estaba diciendo.
Luego, la profesora se iría en metro con los niños, seguro, no es de las que va en autocar, y comería en casa sola, o fuera en algún restaurante de menú, pero de menú caro.