Volviendo del veterinario, Croquet estaba feliz, a pesar de la inyección, los mocos y el termómetro por el culo. Trataba de sacar la cabeza por la obertura de la mochila y ver lo que pasaba en la calle. Todos esos ruídos, esas personas, esa cantidad de olores nuevos, esa luz. Aproveché para comprar fruta, porque es buena, esa saludable. Es bien. Por la tarde estuve jugando un poco con ella. Por la noche empezó a respirar muy mal, por la boca. Le faltaba el aire. Decidí llevarla a urgencias porque parecía que de un momento a otro iba a dejar de entrarle el aire. (Mientras escribo esto mis vecinos nuevos están chillando, dando golpes, riñendo al niño... con lo tranquila que era esta escalera hace tres meses. ) Pedí un taxi a través de una aplicación que te dice el nombre del taxista, y el modelo de coche, y luego puedes puntuarle con estrellas. El que vino era bastante popular porque tenía una puntuación alta. Me recordó al capítulo "Nosedive", de Black Mirror; me horrorizó un poco. El taxista era paquistaní y en medio del trayecto se puso a discutir con un compañero a través de móvil o radio, no sé, en su idioma. Luego se disculpó (que no hacía falta, pensé) y me contó que es que tenía un debate político porque en su país había una especie de revuelta popular contra la corrupción del gobierno. "Lo de aquí no es nada comparado con lo de allí", decía mientras miraba un semáforo. Parecía una persona feliz. Y yo con la perra en brazos ahogándose. Todo muy raro. Y la aplicación pindiéndome que lo puntuara con estrellas.
Croquet, al parecer, tiene una infección respiratoria. Se quedó ingresada. Me sentí bastante insignificante volviendo sola a casa, sin perro. Era una sensación extraña. Pero por otra parte, me sentía muy presente. Cuando salí del metro vi a la chica semi-teñida de rubio que siempre está semi-zombie rondando por la parada con una botella de cerveza en la mano. Estaba semi-echada en el portal de al lado de la papelería, con gafas de sol y hablando sola. Y como ya eran las dos de la mañana, me fui a dormir acordándome de la chica semi-delirando en el portal y de mi perra. Yo que sé. Y pensé, "pues hemos llegado hasta aquí". Que tampoco sé que quiere decir llegar hasta ahí, pero lo pensé. Arropé bien al cómic. Le di las buenas noches. Y antes de apagar la luz, decidí ponerlo en la estantería; pensé que había llegado el momento de renunciar a lo simbólico y de entregarme a lo evidente. Estoy en ese proceso.
Por la mañana he ido a visitar a Croquet. Estaba en la incubadora con una vía con suero y glucosa. Me ha visto y ha empezado a mover la cola. La veterinaria me ha dejado estar un rato con ella. Le he dado de comer. Había un montón de pacientes. Uno no paraba de ladrar, porque ya le daban el alta y parecía estar impaciente (paciente/impaciente). Luego he vuelto aquí, a casa, pensando en que si la perra, que si lo otro, que si el trabajo, que si me siento fea, que si diciembre. Sin embargo, no noto que nada me vaya a alterar. Me estoy dejando llevar por la corriente, sin oponerme.
Acabo de recibir una notificación en el móvil, que todavía tengo pendiente puntuar al taxista de ayer.