Todos necesitamos una maestra y una herida
Soy vigilante en el patio. Soluciono conflictos y detecto peligros inexistentes para los niños. Yo he visto milagros allí. Cabezas duras y rodillas de hierro. Reflexiono mirando hacia el horizonte del patio. Son peces de distintos tamaños y se comen los unos a los otros. Me he acostumbrado al griterío, a esa masa uniforme de vocecillas salvajes. Aguas cristalinas. A veces se me acercan algunos accidentados y me muestran un corte de un milímetro en un dedo, apenas visible, o un golpe de hace una semana fingiendo que se lo acaban de hacer. Su preocupación es real, quieren ser atendidos. ¿Te has hecho daño? Déjame ver... Mmmm... pues no te toques. Si te duele no te lo toques. Mójate la cara y verás cómo se te pasa. Son frases que repito muchas veces a lo largo del día. Pero para la maestra no hay remedio. Lo que duele, mejor no tocarlo. Lávate la cara todas las mañanas y vete.