Hoy he comido en el Parque de la Ciutadella. Siempre he pensado que alguna vez podía acercarme hasta allí al mediodía, que tardaría cinco minutos en coche. Y ha sido así. Hay otro mundo más allá de mi parking. Comer en el Parque de la Ciutadella está dentro del mapa de cosas posibles, como nadar, comer pizza en Italia, escribir una novela o ir a una clase de hip hop al otro lado del Oceáno Atlántico. Todo lo que se incluye dentro de ese mapa debe ser postergado una y otra vez. Debe ser posible y aplazable para que un día deje de serlo. No se vale soñar por soñar, si sueñas debes colocarlo en un mapa.
Hacía buen día y en la radio sonaban canciones alegres, de tener suerte y cosas así. El sol ha iluminado mis pestañas y el interior de mi coche cuando he bajado la lona de la capota. Mi coche que es feliz en primavera y tontorrón en días de lluvia. Esa es la verdad. He entrado en el parque y había unos chicos jugando a ping pong. He pensado que aquella parada, la de jugar a ping pong con unos chicos desconocidos de edad incierta, podía estar en el mapa de cosas posibles. Pero debe ser postergado para otro día, para que siempre quede algo que podamos hacer. ¿Me dejarían jugar? ¿Venden droga?
Me he adentrado un poco en el parque hasta que he encontrado un lugar para mí. Cuando encuentras el lugar, encuentras a Inés, y eso siempre te hace sentir bien.
Justo frente a mí se ha sentado una chica que parecía extranjera, una turista. Pero una turista que no iba de turista. Nos entendemos. Ha abierto un panecillo con las manos y lo ha llenado de algún embutido. Yo he sacado mi tupper con ensalada de pasta. Luego, las dos, casi a la vez, nos hemos liado un cigarrillo y nos lo hemos fumado. Yo me hubiera acercado a decirle, hola, qué tal, fíjate, estamos aquí haciendo lo mismo y llevamos el mismo tipo de gafas de sol, ¿de dónde eres?. Y creo que a ella también le hubiera apetecido charlar un poco. Pero no por ligar ni nada de eso, sencillamente camadería de náufrago. No nos hemos dicho nada. Yo he escrito un mensaje en un postit y lo he dejado enganchado en el banco. Luego me he ido. Antes de perder de vista el camino, me he girado y he visto cómo ella se acercaba a leer lo que yo había dejado escrito. Ha sido curioso. ¿Habrá llegado a la página de
#stickynoting?
Luego he vuelto a mi parking. Sonaban canciones de bailar y cosas así, y me he tomado un café con hielo en la terraza de un bar al que siempre entraba a por un café para llevar. Tienen un camarero un poco empalagoso pero por lo menos es amable. Y además, me ha acompañado durante todo el invierno. Hemos sobrevivido los dos.
Me encanta Siminiani. Creo que es mi alma gemela, pero no para enamorarme ni nada de eso. Hola, Siminiani, si llegas hasta aquí, escríbeme, por favor, pero no para enamorarnos ni nada de eso.