viernes, abril 18, 2025

Yo por ti seré pintura rupestre




Mi barrio tiene luz de playa. Brillante por la mañana y densa al atardecer. De mi antigua casa a mi casa nueva solo hay 700 metros de distancia. Antes vivía en una calle que cruzaba con la que vivo ahora. Estoy a la misma distancia del mar que antes, apenas 10 minutos andando, pero ahora el camino me parece más corto porque es más recto. Me cuesta pasar por delante de mi antigua casa, siempre miro hacia el balcón y siento una punzada. Quien vive ahora sigue conservando la planta que dejé. Lo hice a propósito, quise dejar algo mío, algo que estuviera vivo. Conozco al inquilino nuevo, trabajaba justo en el coworking de abajo y a veces hablábamos. Un día me dejé las llaves y me invitó a un café. La vida es extraña.

***

El primer día de la primavera, de esta primavera, me encontré con alguien que formó parte de mi vida durante mucho tiempo. Durante muchos años. Y de manera muy intensa. La persona a la que, hasta ahora, más he querido. Coincidimos en un evento relacionado con mi trabajo. Hacía unos siete años que no nos veíamos. La reconocí enseguida. Cómo no hacerlo. La llamé por su nombre y su apellido y, cuando se giró, nos reímos. Había catering y brindamos con una copa de cava. En ese instante pensé, ¿cuántas veces habré brindado con esta persona? Muchísimas. Algunas de ellas escuchando a Chet Baker. Fue importante para mí sentir que se alegraba de verme, porque muchas veces me he preguntado en qué lugar de su corazón me guarda. Yo tengo claro que, en el mío, ella está en el lado luminoso, en el lado que tiene luz de playa. 

Fue una conversación breve, pero no corta, e hicimos alguna broma. Sentí que no había pasado el tiempo porque nos estuvimos riendo de algo que, seguramente, también nos habría hecho gracia en esa otra vida en la que estábamos enamoradas. Nos despedimos y no recuerdo si nos dimos dos besos. Antes de irme, la busqué para ver si todavía seguía allí, pero creo que ya se había marchado.



miércoles, abril 02, 2025

Una nueva vida

Ya hace cuatro meses que me mudé. 

Acabo de salir al lavadero a dejar una botella de vidrio y he escuchado a un vecino hablar por teléfono. Era la voz del chico del segundo, el que tiene un perro que aúlla con la sirena de las ambulancias. Esta mañana, cuando estaba preparando la cafetera, he visto por la ventana de la cocina a la Sra. Carmen en su terrado. Estaba recogiendo ropa. Me he alegrado porque hacía semanas que no la veía y temía que se hubiese muerto. Es que es ya muy mayor. Le he preguntado que cómo se encontraba. Me ha dicho que le dolía el brazo. (Nota: Si yo fuera la única persona que ve a la Sra. Carmen tender en el terrado de enfrente, sería una película de miedo. Presupongo que no, que la ve más gente.) 

Por la tarde, me he encontrado al del ático, que es el Presidente de la escalera, y me ha dicho que iba a cambiar el tubo fluorescente de mi rellano porque se había fundido. En el ascensor, me he encontrado a mi vecina de abajo, que saca a su perra más o menos a la misma hora que yo saco a la mía.

Para mí, todos estos detalles cuentan. Esta nueva familiaridad, cuenta. Me he sentido en casa. 

Parecía casi imposible dejar atrás el que había sido mi hogar durante los últimos once años. La mudanza fue como una ruptura. El último día acaricié las paredes, cerré y abrí todas las puertas, respiré hondo en la terraza, lancé muchos besos al aire y me senté en el suelo a llorar, ya sin muebles ni cajas por en medio. Pensé en el primer día que estuve allí, en cómo me enamoré al instante. Visualicé escenas vividas bajo esos techos altísimos con vigas vistas de madera. Momentos con mis amigos, celebraciones,  cumpleaños, cenas de verano. Pensé en las canciones que había compuesto y en el grupo. Recordé las malas rachas, las malas temporadas, las de tristeza, las de depresión. Pensé en las novias que había tenido allí y en las tormentas de desamor que había atravesado por aquel pasillo. Pensé en los lugares en los que había hecho el amor, en las bromas, en los días especiales. Me despedí de mis vecinos ruidosos, de las goteras y de mi casera agresivo-pasiva. Cerré la puerta y me fui sabiendo que no volvería a esa casa que había sido mi refugio desde septiembre de 2013. Que era la última vez que cerraba la puerta.

Me fui caminando con una última bolsa llena de cosas en la mano. Así terminó aquella vida.

Diez minutos después estaba abriendo la puerta de mi nueva casa. Esta vez no era una casa de alquiler. Me mandaron un papel en el que ponía "Es usted propietaria del 100% de esta casa".  

Los chicos de la mudanza todavía estaban acabando de montar los muebles. Fueron muy rápidos. Al cabo de unas horas se marchó todo el mundo y nos quedamos solas mi perra y yo. No recuerdo lo que hice ni lo que cené, ni nada. Sí recuerdo meterme en la cama y sentir que todo era extrañamente familiar. Mis mesitas de noche, la luz, la funda nórdica, mi colchón, mis almohadas. Me sentí muy tranquila, aliviada. Miré a mi perra, que estaba acostada a mi lado. Me dormí enseguida.

Por la mañana, abrí los ojos y vi el sol entrando por la ventana e iluminando parte de la habitación. Así empezó esta nueva vida.