Sí, es Julio Iglesias.
Llevo dos semanas seguidas soñando con mis ex-amores. A ver a quien le tocará esta noche. Será π, será œ, será ∫, será ∂, será ø... En esos sueños me aman con locura, se les va la cabeza por mí y hacen cosas bonitas. Y mientras me besan, yo pienso todo el rato: lo sabía, lo sabía, lo sabía, lo sabía... sabía que me amabas, ¿por qué has tardado tanto en reconocerlo? Soy una ingenua, pero lo acepto. Dicho esto, prosigo con la fotocopia de hoy.
En los últimos días han sucedido 2 cosas increíbles. O muy impactantes. Una es una cortina de flecos. La otra es mi padre.
Empiezo por la cortina de flecos, si os parece.
Al antiguo inquilino de esta casa se le ocurrió quitar la puerta de la cocina. Bueno, al antiguo inquilino se le ocurrió quitar TODAS las puertas, para ser exactos. Pero la de la cocina no la volví a poner porque pensé que ocuparía demasiado espacio. Sin embargo, la semana pasada decidí comprar una cortina de esas de flecos, de plástico, porque a menudo suelo tener los platos sin fregar y me molesta verlo. Solución: instalemos una tupida cortina.
Tras un día entero con mi nueva cortina de flecos empecé a sentir algo así como alegría, brotes verdes, pupilas dilatadas. Pasaba por debajo de la cortina una y otra vez. Me encantaba el sonido de los flecos al rozarse los unos con los otros. Me hacía feliz. Era inexplicable. En una de esas, vi la luz: cada vez que pasaba bajo la cortina yo volvía a tener 7 años, estaba en un verano de los 80's, con un tragadiscos portátil, un single de Julio Iglesias y mi vecina rubia, cuyo nombre real no voy a poner aquí. Pongamos que se llamaba Patri. La interpretábamos juntas. Yo llevaba la voz cantante. Hey, no vayas presumiendo por ahí, diciendo que no puedo estar sin ti, ¿tú qué sabes de mí? Mientras yo decía todo eso –gesticulando y tal– Patri se limitaba a bailar a mi alrededor y a mover su melena rubia, a abrir y cerrar sus ojos azules y a pasar por debajo de la cortina de flecos de aquella casa de verano. Supongo que esa canción y esa escena infantil han marcado mi vida sentimental adulta.
Es el turno de mi padre.
Hoy estaba viendo un capítulo de Jessica Jones y
me he levantado a ponerme un vaso de agua. Qué emocionante. Entonces he visto el frutero en la cocina lleno de mandarinas y he cogido un par y me las he llevado al sofá. Inmediatamente, zas, como un rayo, he recordado que mi padre solía hacer eso cuando yo era pequeña. Levantarse, ir a la cocina y volver con los bolsillos llenos de mandarinas. Me encantaba. De ese modo se alargaba un poco más la noche. Si mi padre sacaba mandarinas, yo no me iba a dormir todavía porque siempre me daba alguna y me quedaba un rato más. Era algo así como ponerse una copa, reflexionar, despedirse del día.
En esa época, mi padre solía llevar una bata roja con un dragón chino grabado en la espalda. Durante un tiempo pensé que se trataba de la mismísima bata de Bruce Lee.
Hoy me toca llorar, yo que siempre reía.
Martes, 24 de noviembre, 1:32 am.
Editado: para los que tenéis una cortina de flecos en vuestra memoria, aquí va la cortina del presente: