He vuelto a usar agenda. He vuelto a escribir con bolígrafo en un papel. He vuelto a mover la mano con precisión para hacer todas esas letras, que tienen un sentido, un sentido que hemos inventado y aprendido los humanos. Descifrar los códigos y los secretos.
Hace tiempo que no escucho música. De esa forma que es dejarse llevar por la melodía, por las notas, los detalles de la guitarra, la batería, la voz, las palabras. Y hace tiempo que no escribo, de esa forma en la que te dejas llevar por lo que pasa dentro, aquí adentro, en esta caja torácica repleta de sangre y órganos vitales, que se mueven, supongo, de un lado a otro, mientras camino. ¿Los órganos se mueven o están bien anclados? Me gusta imaginarme el interior de los cuerpos, las venas como hilos que nos recorren por dentro. Soñábamos, hace tiempo, en el interior de aquella habitación. Y se hacían realidad en nuestras bocas, cuando salían como un pez, como su hubiéramos estado un largo tiempo bajo el mar y tuviéramos dentro un banco de especies salvajes.
La última vez que toqué la guitarra fue hace un mes con un amigo. Estuvimos ensayando una canción suya, que hice mía, que contaba una historia de amor acabada o sin empezar, debería ser él quien lo especificara. Aún así, suele pasar, el narrador de la historia seguía enganchado a esa fantasía. Pues bien, no puedo quitarme esa letra de la cabeza. Creo que es una buena canción. Ese día también tocamos alguna de Anna Calvi y de Lana del Rey. Yo puedo cantarlo todo sin que me falte voz. Es un don que no me sirve para nada práctico o que dé dinero. Bueno sí, se me había olvidado que sí, que hasta ahora sí. Menudo despiste. Es como si un banquero se olvidara de que es banquero.
Pero no es lo mismo hacer música que escucharla.
No puedo escuchar música. Me cuesta. Esta mañana, en el supermercado, se encadenaban una tras otra canciones sencillas, fáciles, de esas que sonaron alguna vez en el coche, durante el verano. ¿Cuánto tiempo hace del verano? No hace meses, creo que hace años. No es un error de percepción temporal. Realmente, del verano, hace años. De cuando éramos incocentes y mirábamos más allá, como si todo pudiera estar bajo control. Ingenuidad. Nuestro control. El ascensor. Subía y bajaba. Le dábamos a los botones. Nos hacía caso. La dulzura de los ascensores. Dijo Cravan.