jueves, agosto 18, 2011

melancoisla, melancopueblo y melancopizzería

Este es el tocadiscos que tenía en casa de mis padres y que ahora está aquí, en mi actual hogar. Asombrosamente, queda bastante bien con esa lámpara rosa chicle. He estado escuchando un disco de los Rolling Stones y otro de Elvis. Me he emocionado de verdad. He imaginado una fiesta con mucha gente. Creo que este año voy a hacer una de cumpleaños, lo que pasa es que muchas de las personas a las que me gustaría invitar están en otras ciudades o viajando por ahí. Las que están por aquí, no pegan los unos con los otros ni con cola. El alcohol hará el resto.

Este verano está siendo como una vida 2. Muy diferente y muy largo. Los quince días de julio en Formentera quedan ya muy lejos, pero fueron absolutamente maravillosos. Escribiré sobre ello en algún momento.

Luego estuvimos en otras playas, no tan bonitas estéticamente, pero llenas de recuerdos de la infancia. Allí también fuimos felices. Nos despertábamos a las once, desayunábamos a las doce y bajábamos a la playa a la una, cuando todos los guiris se marchaban a comer. Luego, cuando volvían a las cinco, nos íbamos nosotras. Cenábamos en nuestra pizzería preferida y de fondo escuchábamos la música de los hoteles. Antes de marcharnos, la camarera siempre nos invitaba a beber limoncello. Coincidíamos cada día en la playa con dos chicas francesas (mon cherie) que eran pareja. No cruzamos palabra con ellas, pero nos mirábamos todo el rato. Es que como siempre estamos buscando referentes... El último día, no sé cómo, una de mis chanclas acabó debajo de la hamaca de una de ellas. Fue un momento tenso, porque yo quería recuperarla y no sabía cómo entrarles. Finalmente, Carol se acercó y cogió la chancla y ellas sonrieron. No entiendo cómo podían estar con mi chancla en su territorio, tan panchas.

Hace una semana estuve pasando unos días en un pueblecito de Granada. La primera noche todo me parecía extraño, además, hacía calor y tuve que abanicarme para lograr dormir. Los humanos podemos dormir y abanicarnos a la vez, ya lo había visto antes en mi madre y en mi abuela, pero no sabía que yo también fuera capaz de hacerlo. Aprendí un nombre nuevo, salamanquesas, que son una especie de lagartijas planas con la cabeza muy gorda. Estuve en un mercadillo y me compré tres pares de calcetines de deporte por un euro. Una ganga, sin duda. Comí un montón de cosas prohibidas: morcilla, chorizo, tortas, patatas a lo pobre, migas, huevos con jamón y pimientos, y mucho pan. Había un pan buenísimo en forma de rosco que era mi perdición. Ojalá lo encontrara por aquí. Juro que lo buscaré. Desayunaba cada día un café con leche, un zumo de naranja natural y media barrita con jamón (que viene a ser un bocadillo por la mitad) por tan solo tres euros. Cuando me fui de Granada –volví sola a Barcelona– lloré un montón en el autobús, en mis ojos se mezclaban las lágrimas con los campos de olivos. Me dio mucha pena irme y prometí que volvería el verano que viene.

Yo hice la comunión en Andalucía, es algo que poca gente sabe. La hice sin hacer la catequesis. Fue una comunión ilegal. Fue un plan para hacer feliz a una persona. El cura me hizo unas preguntas antes de darme la comunión para comprobar que podía ser una buena cristiana. Las respondí todas menos una, la más importante. No la pude contestar porque el cura tenía un acento de la tierra muy cerrado y me costaba entenderlo. Era algo así como "'tosdiozèha?" Le dije tres veces "¿qué?", a la cuarta vez me dio tanta vergüenza volver a decirle que no le entendía –qué niña más tonta– que para salir del apuro contesté "no lo sé". El hombre se indignó. La pregunta era ¿Cuántos dioses hay?
Se vino a comer con nosotros.