Caminar y correr por las mañanas me ayudó a visualizar caminos en mi cabeza. En enero no veía ninguno. A pricipios de marzo empecé a ver el que pisaba. Uno de esos días de reflexión en movimiento y al aire libre, que ahora recuerdo con nostalgia y cariño aunque apenas haga unas pocas semanas, me detuve y escuché el viento sisear entre unas cañas. Tuve el presentimiento de que aquel instante o aquel lugar poseía un significado oculto, algo imposible de captar con un gps. Darte cuenta de que te has perdido como primer paso para encontrarte.
Luego empecé a trazar otros caminos. Tengo un invernadero de sueños. Están protegidos, es verdad, así se mantienen con la temperatura y la humedad exacta. He plantado muchas semillas distintas. La historia que llevo en mi cabeza, que no es más que la mía, da giros inesperados y, a veces, en algún momento del día, se diluye. La historia que yo llevo conmigo empieza a salir del círculo en el que estaba encerrada. Ahora sé que hay algo de mí en cada uno de esos sueños proyectados y que empiezo a sentirme multiplicada. Lo he comprendido esta tarde cualquiera de domingo al escuchar la canción Hvor Vi Henne, de Boom Clap Bachelors. No tengo ni idea de lo que dice la letra, pero para mí que habla de estas cosas. Hay canciones que son un amanecer muy largo. Otras veces son un beso.