sábado, febrero 13, 2021

Cuando te ven y no quieren cambiarte

Desde que hay toque de queda no hago nada los viernes por la noche, pero he recuperado una costumbre. Cuando me mudé a este piso, hace casi ocho años, justo abrieron un local en el que vendían sushi para llevar, lo hacían al momento. El sitio, pequeño, únicamente tenía el típico mostrador refrigerado, una barra de madera y la cocina abierta. 

El primer día que entré me llamó la atención una pared decadente y desconchada, que incluso dejaba ver parte de ladrillo. Me causó mal efecto, no era la típica pared de ladrillo visto, era una pared que se estaba cayendo a trozos. Pensé que me sentía así, no sabía muy bien qué había hecho con mi vida, me parecía que se estaba desmoronando, pero tenía claro que los viernes por la noche bajaba a comprarme una bandeja de sushi para mí sola, y es lo que vuelvo a hacer ahora. 

El local sigue exactamente igual y la pared también, pero la veo bonita, diría que perfecta tal cual es. Ni se cae ni le falta nada.

A veces me siento tan en mi lugar, y a veces tan en mi no lugar. 

El jueves fui a ver a M a su trabajo y tomamos café juntas como antaño, a las 11:30. Cuánto habré escrito sobre aquellos cafés con M. Yo, a la del bar, le empecé a dar la chapa, que si qué bar tan bonito, y qué horarios hacéis, y este vermut, qué buena pinta, un día podemos venir a comer, blablabla. Al salir, M. me dijo cariñosamente que era una chapillas, y me reí, porque es verdad. Me gusta que M me conozca bien y me acepte así. 

2 comentarios:

  1. A mí me pasa igual, como me ponga a hablar ya no me para nadie.

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  2. Creo que esos rituales son necesarios, son las pequeñas vías de escape que nos dejamos. Una especie de señal que nos diga, hey, hoy has tenido un día de mierda, pero te espera una bandeja de sushi para ti sola :)

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