martes, diciembre 11, 2007

Yo no he sido

Ayer hacía mucho calor en Barcelona. Hoy ha empezado a hacer algo de frío. Me he puesto el abrigo y las gafas oscuras porque el sol no se para.

En la universidad, una compañera nos ha dado unas pastillas para aclarar la voz antes de cantar. A mí me ha dado 4. Me he metido dos en la boca y las otras dos... no sé, han desaparecido de mi mano. Minutos más tarde alguien ha dicho, "mira, pastillas de regaliz en el suelo... ¿quién las ha tirado? seguro que son las de Paola porque están al lado de sus zapatos".

Es verdad, eran mías. Las había tirado a propósito. No sé, a veces también digo mentiras sin venir a cuento. Las pastillas se me han resbalado, las he tirado, que más da... a fin de cuentas dos pastillitas de regaliz no son ningún problema.

Cuando me han descubierto, he chutado las pastillas con fuerza y han salido disparadas. Nos hemos reído un poco.

La escena se parecía un poco a otra de hace unos dieciocho años.

Era verano y celebrábamos una fiesta de cumpleaños en el apartamento de Olga. La mamá de olga hizo croquetas y tortilla de patata y nos dejó solos porque el hermano mayor de Ana nos cuidaba. Se llamaba Álvaro. El hermano de Ana se llama Álvaro.

Yo era la más pequeña de la fiesta pero ya estaba enamorada, sobre todo de Eva, aunque también un poco de Óscar, pero era porque él estaba enamorado de Eva, y así, entre dos, la amábamos con más fuerza. A veces, Eva y yo nos quedábamos hasta muy tarde en los columpios comiendo pipas. Era muy tarde y estaba muy oscuro. Era tarde de verdad. Eran las doce de la noche o más. Las luces de la piscina ya estaban apagadas. Éramos pequeñas pero en verano disfrutábamos de algo de independencia adulta. Recuerdo el perfil de Eva comiendo pipas. Las dos llevábamos la misma camiseta.

La noche de la fiesta, Álvaro me dio una bofetada. Una bofetada que me giró la cara. Desde entonces no le soporto. A veces nos cruzamos y le pregunto qué tal le va para quedar bien, pero sé que nos caemos mal desde aquella noche. Dieciocho veranos cayéndonos mal.

La noche de la fiesta estábamos todas alrededor de la mesa cenando y escuchando la música que salia de mi comediscos. A mí se me cayó una croqueta al suelo pero nadie lo vio. Simplemente desapareció de mi mano, no sé... se me cayó, la tiré, que más da. A fin de cuentas, una croqueta en el suelo no es ningún problema. En cualquier caso, yo no quería que me descubrieran... pero Álvaro preguntó en voz alta: "¿Quién ha tirado la croqueta que está debajo de la mesa?" La croqueta estaba justo al lado de mis zapatos. Álvaro dijo, "ha sido Paola! Se le ha caído a Paola". Yo me defendí y lo negué todo.

Pero Álvaro seguía chinchándome. Él ya era mayorcito para andar chinchando así a las niñas. Dije que no, que no, que no, que a mí no se me había caído. Me daba vergüenza decir la verdad, que se me había caído al suelo y que la había aplastado luego para que no se notara. Así que Álvaro siguió insistiendo y yo me puse a llorar.

Eva me defendió, Eva tenía siempre tres años más que yo y me cuidaba un poco. Tenía los ojos de un verde tan bonito que los pintores se inspiraban en su color para pintar los árboles, las ranas, la hierba... y en definitiva, todas las cosas verdes. Pero Álvaro no se dio por vencido y me soltó una bofetada por una mísera croqueta aplastada en el suelo. Ahora me arrepiento de no haber desperdigado la puta croqueta por todo el comedor, eso es lo que tendría que haber hecho para plantarle cara a Álvaro. Pero me fui llorando, abrí la puerta y me fui corriendo a mi casa.

Álvaro es ese tipo de tío que lleva el bañador ajustado. Es que me da una rabia.


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