
Lo veíamos pasar, pegado a nuestros vagones viejos, dejando la minúscula distancia en paralelo, insalvable y cercana, pero suficiente para que todos nos sintiéramos condenados a subir siempre en los vagones viejos. La estela de preguntas era inevitable: ¿Cómo será ir en el nuevo? ¿por qué no nos toca a nosotros? ¿por qué siempre vamos en el viejo?
En cambio a mí, desde hace ya unas semanas, me toca el metro nuevo al menos una vez al día, casi siempre en el viaje de vuelta. Es amplio, luminoso, inmaculado. Es precioso. Tengo mucha suerte.
El metro nuevo pasa a recogerme... insisto, el metro nuevo pasa a recogerme...
Se parece a ella. Entonces... ¿podríamos afirmar que ella está como un tren nuevo?
(he actualizado mi móvil-foto-blog*)
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