Noches largas. Hasta las tantas de la madrugada inventándome bibliografías y citas literarias; encuadernaciones de última hora, un par de grapas y listos; párrafos a doble espacio y letra muy grande.
Recuerdo la noche que Veva y yo fuimos al Centro Cristiano a estudiar en chándal. Tenían una sala de estudio "24 horas". Creíamos que tal vez allí la gracia divina se apiadaría de nosotras (aunque fuéramos en chándal). Mucho café, mucha charla y poco estudio. Salimos a las cinco, no pudimos aguantar hasta las ocho. Las calles estaban vacías y la piedra de la catedral desprendía luz lunar.
Me siento mejor que nunca, con muchísima energía, soy un transformador... me salen chispas por las orejas y rayos por los ojos. Mi padre hoy ha empezado a trabajar después de 18 meses de baja por aquel infarto que le dió en diciembre del 2004. Pobre hombre, estuvo a punto de palmarla. Y más con aquel médico que lo re-mataba cada día: "tal vez no pase de esta noche", "si sale de ésta quedará muy mal, vegetal...", "está muy débil". Será cenizo el tío. Ahora mi padre, los domingos, pilota un Fórmula 1.
Pero... acabo las clases de solfeo y soy una corredora de maratón agotada con el cartelito del número a punto de descolgarse. Se acerca el examen y empiezo a desmotivarme. Titis, tiritis, tiritiris. El solfeo no me gusta-no me entra-no hay manera. Cati me ha dicho que lo hago bien pero no me lo creo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu mensaje secreto.