El jueves visité la Biblioteca pública.
Antes pasaba mucho tiempo allí. Cuando digo antes, hablo de antes. Una vez robé un libro sobre Jim Morrison, cuando no estaba informatizado todo el tema de los préstamos y los libros no llevaban antirobo. Después de aquello, cada vez que entraba sentía que la bibliotecaria lo sabía todo. Cuando pusieron las bandas antirobo, algunas veces sonaban por error cuando yo pasaba. Pensé que un día mi voluntad acabaría precipitándose, me delataría y lo contaría todo con el libro entre las manos. Pero no fue así.
Antes pasaba mucho tiempo allí. Cuando digo antes, hablo de antes. Una vez robé un libro sobre Jim Morrison, cuando no estaba informatizado todo el tema de los préstamos y los libros no llevaban antirobo. Después de aquello, cada vez que entraba sentía que la bibliotecaria lo sabía todo. Cuando pusieron las bandas antirobo, algunas veces sonaban por error cuando yo pasaba. Pensé que un día mi voluntad acabaría precipitándose, me delataría y lo contaría todo con el libro entre las manos. Pero no fue así.
El otro día, después de estar algunos años sin ir, volvieron a sonar las columnas antirobo a mi paso, y la bibliotecaria, la de siempre, la de entonces, me miró y se sonrió. ¿Por qué se sonríe?
En una de las estanterías estaba Blankets de Craig Thompson y me alegré de verdad. Es un historia preciosa y las viñetas están llenas de nieve. Debe ser difícil dibujar algo tan blanco.
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