Acabo de salir al lavadero a dejar una botella de vidrio y he escuchado a un vecino hablar por teléfono. Era la voz del chico del segundo, el que tiene un perro que aúlla con la sirena de las ambulancias. Esta mañana, cuando estaba preparando la cafetera, he visto por la ventana de la cocina a la Sra. Carmen en su terrado. Estaba recogiendo ropa. Me he alegrado porque hacía semanas que no la veía y temía que se hubiese muerto. Es que es ya muy mayor. Le he preguntado que cómo se encontraba. Me ha dicho que le dolía el brazo. (Nota: Si yo fuera la única persona que ve a la Sra. Carmen tender en el terrado de enfrente, sería una película de miedo. Presupongo que no, que la ve más gente.)
Por la tarde, me he encontrado al del ático, que es el Presidente de la escalera, y me ha dicho que iba a cambiar el tubo fluorescente de mi rellano porque se había fundido. En el ascensor, me he encontrado a mi vecina de abajo, que saca a su perra más o menos a la misma hora que yo saco a la mía.
Para mí, todos estos detalles cuentan. Esta nueva familiaridad, cuenta. Me he sentido en casa.
Parecía casi imposible dejar atrás el que había sido mi hogar durante los últimos once años. La mudanza fue como una ruptura. El último día acaricié las paredes, cerré y abrí todas las puertas, respiré hondo en la terraza, lancé muchos besos al aire y me senté en el suelo a llorar, ya sin muebles ni cajas por en medio. Pensé en el primer día que estuve allí, en cómo me enamoré al instante. Visualicé escenas vividas bajo esos techos altísimos con vigas vistas de madera. Momentos con mis amigos, celebraciones, cumpleaños, cenas de verano. Pensé en las canciones que había compuesto y en el grupo. Recordé las malas rachas, las malas temporadas, las de tristeza, las de depresión. Pensé en las novias que había tenido allí y en las tormentas de desamor que había atravesado por aquel pasillo. Pensé en los lugares en los que había hecho el amor, en las bromas, en los días especiales. Me despedí de mis vecinos ruidosos, de las goteras y de mi casera agresivo-pasiva. Cerré la puerta y me fui sabiendo que no volvería a esa casa que había sido mi refugio desde septiembre de 2013. Que era la última vez que cerraba la puerta.
Me fui caminando con una última bolsa llena de cosas en la mano. Así terminó aquella vida.
Diez minutos después estaba abriendo la puerta de mi nueva casa. Esta vez no era una casa de alquiler. Me mandaron un papel en el que ponía "Es usted propietaria del 100% de esta casa".
Los chicos de la mudanza todavía estaban acabando de montar los muebles. Fueron muy rápidos. Al cabo de unas horas se marchó todo el mundo y nos quedamos solas mi perra y yo. No recuerdo lo que hice ni lo que cené, ni nada. Sí recuerdo meterme en la cama y sentir que todo era extrañamente familiar. Mis mesitas de noche, la luz, la funda nórdica, mi colchón, mis almohadas. Me sentí muy tranquila, aliviada. Miré a mi perra, que estaba acostada a mi lado. Me dormí enseguida.
Por la mañana, abrí los ojos y vi el sol entrando por la ventana e iluminando parte de la habitación. Así empezó esta nueva vida.
Recuerdo esa sensación, la primera noche en "tu" casa (era del banco, pero no importaba, era mi casa) A mi me gusta esas rutinas, encontrarte una cara conocida al salir, que tu panadería siga abierta... y volver a leerte tras tanto tiempo ;)
ResponderEliminarPues he descubierto una panadería buenísima muy cerca, y fue una de las cosas que empezaron a hacerme sentir de nuevo en casa. Lo mejor es que no es una panadería sofisticada ni con 30000 tipos de pan ni masas. Es una panadería con un pan excelente y sencillo. Me pone muy feliz ir a comprar el pan.
Eliminar