Qué mala soy dosificándote
blog de paola vaggio
viernes, septiembre 19, 2025
Las manos
domingo, agosto 31, 2025
Final de agosto
Mi casa nueva, mi privilegio, es más fresca que la de antes. Ni gota de calor por las noches. La ventana de la habitación abierta, la mosquitera bajada, el ventilador dando vueltas en el techo. Yo durmiendo a pierna suelta con mi perra.
Madrugadas leyendo a Eva Baltasar y a Miranda July. Atardeceres en la pequeña terraza barra balcón grande. Un quinto de cerveza fresquito, mis plantas lozanas y verdes, Khruangbin o Three Sacred Souls girando en el plato de discos, o a veces la voz de Judeline atravesándome desde una plataforma digital.
40 piscinas. Sol en las tumbonas exteriores. Bajar a la playa del barrio, atravesar calles con la toalla y la sombrilla a cuestas.
A mediados de julio estuve en la isla. Es la cita anual con esa parte de mí que permanece intacta. Con la libertad de estar sola y de volver un lugar a salvo. Caminos de tierra en el coche de mi amiga L, comida en la cabaña con su hijastro, puestas de sol en Es Caló, el cuerpo desnudo en Es Migjorn, el mar turquesa, las playas sin gente, cenas de mantel blanco, spritz.
Principios de agosto. Visita por sorpresa e inesperada de una amiga andaluza a Barcelona, de una amiga de los blogs con la que hacía años que no hablaba. Una amiga del messenger. Una amiga del internet vintage. Hicimos una ruta en bici por Poblenou. Yo "local" y autóctona le enseñé mis lugares preferidos. Comida en un indio moderno. Nos pusieron unas bolitas que al morderlas explotaban con sabores frescos y mentolados, muy ricas. No recuerdo el nombre. Cerveza. Muchas risas. Nos hemos convertido en mujeres independientes y con hipoteca. Partida de ping pong en su hotel. Creo que gané pero no contamos los puntos. Antes de irse, me invitó a Sevilla.
Grandes ventanales en un hospital público que parecía un aeropuerto. Agosto. Ola de calor afuera. Mi padre en el quirófano. La operación fue bien.
La chica que me gusta, pero que tiene novio, me ha escrito todos los días del verano. Una alegría. Esta persona ha llegado para quedarse. Me apoya, me hace reír, sabe bailar. Es inteligente. Es guapa. A veces reservada. Mis amigas la llaman "Sofía Coppola".
Playa, piscina, más playa. Playa. Paseos con mi perra. Audios con sofia coppola. Cenas con mis amigas. El viernes pasado, cortos de terror al aire libre en el Mecal. No me gustó ninguno, bueno, un poco el primero.
Esta tarde tengo una cita de tinder. No me apetece. Nunca me apetecen las citas de tinder. A mí ya me gusta alguien. Pero tengo que ser realista. Esta cita pinta bien, tenemos cosas en común. Hemos quedado en un parque. Ruleta rusa.
domingo, julio 06, 2025
El adiós a una casa y a parte de la infancia
(He guardado este post en borrador casi dos meses porque me emocionaba mucho)
He llegado hace media hora. Mi perra está olisqueando las sandalias para saber dónde he estado. He subido en coche hasta el Paseo de Verdum. Nou Barris es un distrito que nació con las familias andaluzas, aragonesas, extremeñas, gallegas... que llegaban a Barcelona. Es una de las cunas de lo xarnego. Nosotras somos las nietas 100% catalanas pero con orgullo xarnego.
Hemos puesto en venta el piso de mis abuelos. Creemos que es lo mejor. Que lo habite alguien que le dé una segunda vida, que lo convierta de nuevo en un hogar. He ido a despedirme de esa casa en la que pasé tantas tardes cuando salía del colegio. Hace cinco años murió mi yaya; hace seis meses murió mi abuelo. Hoy he sentido que, al despedirme ese lugar, al saber que ya nunca más voy a volver a poder abrir esa puerta, era un adiós definitivo.
Las casas guardan el calor de las personas que vivieron en ellas. Y los objetos, esos que en la vida diaria, en la rutina, sencillamente son cosas que te acompañan, se convierten en símbolos y en transmisores de recuerdos, momentos y de otras vidas.
Me he llevado la vajilla de mi abuela porque le tengo mucho cariño. Esos platos blancos con florecillas azules son mi infancia. Están como nuevos, los voy a usar a diario. Mi madre me contó que los compraron en los "bazares del puerto". Aquellos "bazares del puerto" ahora son supermercados 24 horas y tiendas de souvenirs para turistas.
También me he llevado el costurero de mi abuela. Lo he abierto y he visto que había algunas agujas enhebradas. Es la huella de alguien que ya no está y a quien quise mucho. Esas agujas enhebradas por mi abuela, y que siguen aquí, me han conmovido. Pensar que les enhebró ella me ha roto de emoción. El costurero estaba dentro de la máquina de coser. Inmediatamente he escuchado el sonido del pedal. Toda la tarde cosiendo, mi abuela se pasaba las tardes cosiendo, y yo, mientras tanto, viendo los dibujos animados. Recuerdo mucho a un personaje del barrio sésamo que era una especie de Conde Drácula que te enseñaba a contar con acento extraño. Cada vez que nado, cuento piscinas junto aquel conde drácula de trapo.
Mi madre no quería llorar, pero al final no ha podido evitarlo. Se ha emocionado con las copas de cava, las que usábamos en las navidades para brindar, y también con las sábanas bordadas de algodón. Me quiero ir de aquí, me ha dicho.
He encontrado una foto mía con una estampita de la virgen de Montserrat pegada con celo por detrás. Ese tipo de cosas eran muy de mi abuela. Me he llevado, también, el transistor de mi abuelo, por si vuelve a haber un apagón.
Sinceramente, despedirme del hogar de mis abuelos me ha desarmado. Y mientras volvía en coche, bajando por la calle Espronceda, todavía llorando, veía a a la gente en moto con sombrillas y toallas al hombro, hacia la playa, hacia mi actual barrio, como un domingo cualquiera de verano. Y ese contraste me ha hecho pensar en que es esencial dejarse llevar por lo que te emociona.
Las agujas enhebradas, lo manteles blancos guardados en el cajón, la máquina de coser, el interruptor de la luz de la cocina, la cuerdas de tender, el timbre, el piso 3º 3ª, el buzón con el nombre de mi abuela y de mi abuelo, todo eso me ha hecho sentir vulnerable y viva al mismo tiempo.
domingo, junio 29, 2025
Las fuentes en verano
Escribo desde la terraza. A esta hora siempre corre el aire y las golondrinas cruzan el cielo juntas, en bandada, también alguna gaviota, pero no tanto como en la madrugada, que es cuando se vuelven locas de verdad. La locura de las gaviotas me despierta algunas noches.
Estos días de calor, en el parque que hay al lado de mi casa, cuando saco a mi perra a las siete y pico, los niños juegan en bañador alrededor de la fuente a tirarse globos de agua. Me gusta esa alegría de la calle porque parece sencilla. Cuando sean adultos, ¿pensarán en esas tardes de verano jugando en la fuente del parque? Yo recuerdo que nos encantaba abrir a la vez todas las duchas de la piscina y jugar a pasar corriendo por debajo del agua.
En mi rutina veraniega, hay dos fuentes más que son de vital importancia. Una es la que hay en el parque de pinos que hay frente a la playa, porque al volver suelo quitarme la arena de los pies. Se lo vi hacer una vez a un turista y me pareció horrible, pero ahora lo hago yo. Y confieso que es un momento de máxima satisfacción.
Luego está la fuente de la plaza Prim, que milagrosamente sigue siendo un lugar tranquilo para leer o dejar pasar el rato a la sombra, en los bancos. Esa plazoleta me recuerda a mis abuelos porque, cuando yo era pequeña y ya no tenía colegio, a menudo iba con ellos a comer a un restaurante que quedaba cerca y que les encantaba. Ahora ya no existe, hace años que despareció. Primero pusieron un asiático cool, que no funcionó demasiado bien porque todavía no se había gentrificado tanto el barrio, y ahora han puesto un federal café que siempre está lleno de expats que viven en una barcelona que es una especie de realidad paralela. Siempre parece extraño que, esa misma ubicación, sea la de aquel otro lugar tan distinto que forma parte de mi infancia.
Un bichito acaba de cruzar la pantalla.
jueves, junio 12, 2025
primeras veces
La anestesista me preguntó si estaba cómoda. Le dije que no, que no sabía dónde poner la mano. Empecé a moverla despacio, buscándole un sitio. Me dio la risa tonta. “¿Ya te estás riendo? Si todavía no te he puesto nada.”
Me sentía pequeña y vulnerable, pero liberada de tener que ser, precisamente, todo lo contrario. Un alivio extraño: ceder el control. Estar en manos de alguien más. Me pareció algo muy íntimo para un espacio tan frío y metálico, tan des-infectado, tan des-afectado.
Inyectó el líquido despacio. Lo vi entrar por la vía. “Piensa en tu lugar preferido. Imagínate allí.” Me dieron ganas de llorar, no sé si por miedo o tristeza.
Dije el nombre de una playa. “Ya veo que tienes buen gusto.” Algo empezó a estirarme hacia arriba, y al mismo tiempo, hacia muy adentro, como cuando nadas bajo el agua, a pulmón. Me iba. Me evaporaba. Me resbalaba, como seda.
Lo último que escuché fue “Buen viaje. Nos vemos luego.”