Las luces parpadearon unos segundos cuando la estrella fugaz se incrustó en el avión. Oí un grito ahogado entre la tripulación, que seguía sonriendo como si no pasara nada. Mientras yo, intentaba hacer garabatos en una libreta, rayotes que imaginaba como chimeneas, tejados y antenas que te sintonizaban en la Alfama. El piloto consiguió esquivar las lágrimas de Sant Llorenç, las que encierran mis mares y tus barcos piratas. Y los mapas antiguos.
Un deseo casi me estrella. De todas formas, llevo una Perseida pisándome los talones...
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu mensaje secreto.