martes, enero 25, 2005

ayer, hoy y mañana

Las tardes en casa son más aburridas que en la calle. Si estás fuera, siempre puede sorprenderte alguien, pero dentro, es más difícil. Ayer quedé con Ferran, tenía muchas ganas de conocerle y estuvimos dos horas hablando rodeados de chocolate y un té de maracuyá que sólo él vió en la carta (...) Es tal como me lo había imaginado y además llevaba un jersey del mismo color que su bitácora, así que todo era muy familiar y muy muy agradable.

Hoy he recibido un correo de la
señorita de la maleta roja. Me anunciaba que existe una película llamada La casa del fin del mundo y que el título le recordaba a aquella casa que yo imaginé. Por eso me he puesto a pensar en los días en Lisboa, con la señorita de la maleta roja y con Pablo. En aquella noche que cenamos en A Morgadinha de Alfama, un lugar muy pequeño y peculiar, que estaba en una callejuela (rua da Regueira, 37) con mucha pendiente y llena de viviendas con ventanas que daban al borde de la calle. Se podía ver el interior de las casas...Había un hombre sentado en un sillón con la cara iluminada por el reflejo del televisor.
Yo cené bacalao y también comimos queso...qué rico estaba. Y bebimos vino, el vino es alegre. La dueña de la Morgadinha tenía medio rostro quemado, también parte del brazo. Daba impresión pero se te desviaba la vista hacia sus ojos, una mirada que contaba muchas cosas. Nos hablaba como a los niños malos, "tú te sientas aquí y tú allí". También estaba la hija, que hablaba en la calle y gritaba en portugués, claro, y se reía. Me pareció que discutía con la madre sobre la hora de llegada a casa.

Después subimos la pendiente y nos tomamos un café delante de una parada del tranvía. Queríamos volver en el último, pero hablando hablando, se nos escapó. La señorita de la maleta roja nos explicó un libro, del que no recuerdo el título, pero imaginé a un niño que cada día miraba si crecía o no una planta que tenía encima del escritorio. Entonces le dije a Pablo que justo en ese momento había sentido algo de miedo. Fue una sensación extraña, era como cuando te sientes alegre y no sabes por qué. Un temor a algo. Un miedo infantil a ir a la cocina por la noche a buscar un vaso de agua. Después llamé a Camille, que se encontraba en Francia visitando a sus padres, pero tenía el teléfono apagado.

Camille... una amiga y también sshshshsjssh sisibish ssshsssii ... Ahora hará un año que nos conocimos en un bar. Yo le pregunté, un poco borracha, "eres italiana?" y ella me respondió, muy borracha, "No, soy francesa" Un inicio tan absurdo, como para no acordarse.

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