miércoles, abril 06, 2005

Fresas, cerezas...


Imagen de Confutatis


Mientras dormía, he soñado contigo.
Iba a verte al trabajo. Tu trabajo era extraño, no puedo definirlo. Sencillamente estabas allí. Como cuando no sueño, también estás sencillamente ahí, en los lugares.

Era en una casa con un jardín lleno de árboles frutales. Era bonito y el camino estaba lleno de fresas. Las fresas crecen en cualquier parte y se esparcen en seguida. A veces parecen hierbajos, pero entonces se asoman, rojas, dulces y brillantes.

En el sueño no he reconocido la casa pero al despertarme recordé que era la que estaba al lado de mi colegio. Pasaba por delante cada día y algunas veces la verja estaba abierta. Una vez entré con Carlos y cogimos dos naranjas de un árbol.

Todo estaba lleno de fruta y de luz. La luz del sol. Pero también había un pasillo oscuro donde estaba la mujer que encuentro cada mañana en el metro.

Me veías entrar y sonreías. Yo me sentaba a tu lado, en el jardín.
Vigilabas una especie de monitor, como esos que salen en las películas cuando van a robar un banco y el vigilante revisa la imagen de todas las cámaras.
Nos decíamos cosas.
Las cosas que nos decimos.
Tú me besabas el cuello y yo cerraba los ojos. Al fondo, en el mismo jardín, veíamos una puerta y una cristalera, parecía un despacho con gente dentro. Me acariciabas la pequeña cicatriz que tengo en la mano. Me gusta que lo hagas.

De repente estabas desnuda, aunque yo no lo encontraba excesivamente raro... Te decía "estás muy lanzada" y tú te reías y respondías con una pregunta "¿yo!!?" Estábamos de pie, medio bailando sin música, yo tarareaba algo. Rodeabas con tus piernas mi cuerpo y te hacía dar vueltas. No pesabas nada y nos reíamos mucho. Frutas, risas y sol. Eso era el sueño. Olías a ti. Entonces pasaba Guillermo y decía "hola guapas!!" Me cae muy bien Guillermo.

Del despacho han salido unos hombres jóvenes y trajeados. Hablaban de negocios pero nosotras seguíamos a lo nuestro y ellos parecían no sorprenderse. Han empezado a aparecer los mismos hombres con bandejas de fruta. Bandejas increíbles. Piña, muchísima uva y cerezas muy rojas, naranja cortada, fresas, trozos de melón... Se me hacía la boca agua. Estirábamos el brazo y nos la comíamos. Durante unos instantes nos hemos separado porque han aparecido unos rodillos grandes de madera que trituraban la fruta. Las cerezas, la uva, las fresas, todo. Cuando los rodillos la aplastaban, el jugo de la fruta nos salpicaba el cuerpo, los labios... era muy sensual, nos gustaba, nos deseábamos. Los rodillos han desaparecido y nos hemos acercado. Tu piel estaba muy dulce, casi te lamía como los perros, guau guau aarff aarff. Teníamos los labios rojos, llenos de cereza, me encantaba.

Te he dicho que nos fuéramos dentro. Entonces hemos entrado al pasillo oscuro y allí tú ya estabas vestida. La mujer del metro nos ha mirado y hemos salido a la calle. Tú te has alejado.
He cruzado la calle. He entrado en una tetería y la puerta ha hecho clin clinc. Allí dentro, dos italianos me preguntaban si sabía donde estaba la Pedrera...eran turistas. Yo llevaba un colgante con un símbolo parecido a las olas del mar. Se ha acercado a la mesa una gitana y me ha pedido que se lo regalara... Y le he dicho que no, mientras yo misma lo agarraba fuerte con las manos.
Me he despertado.

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