Me gusta balancearme como los elefantes en columpios que te levantan los pies del suelo. Vuelvo a escribir de mí. Lo he notado. No me apetece inventar historias, ni dormirme, ni mantener pulsos. Permanece estático el monje junto al mar y los amantes eléctricos que tiemblan.
Hoy llevo un mapa en la mochila marrón. Pesa porque ella me dibujó los árboles y la farmacia y los trenes y las casas y las carreteras y los muros, para no perderme mañana. Tendré que estar muy atenta porque si me pierdo, el próximo mapa por lo menos llegará hasta el mar, y por si a caso dibujará el fondo y los peces y la arena y las rocas y las algas, y no va a caber en ninguna mochila. Sí, sí, sí.
Hoy llevo un mapa en la mochila marrón. Pesa porque ella me dibujó los árboles y la farmacia y los trenes y las casas y las carreteras y los muros, para no perderme mañana. Tendré que estar muy atenta porque si me pierdo, el próximo mapa por lo menos llegará hasta el mar, y por si a caso dibujará el fondo y los peces y la arena y las rocas y las algas, y no va a caber en ninguna mochila. Sí, sí, sí.
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