Ha sido una sorpresa inesperada encontrarme a Claudia en el andén del metro. Es la persona que habla como mi prima de 9 años. Y que a los 26 hables como una niña de nueve años, es un milagro imposible de comparar con otro milagro.
Las breves horas con Claudia me han dado 3 vidas extras y un escudo protector super-sónico, que quizás se gaste a media noche cuando los recuerdos vuelvan, pero habrá servido hasta entonces. Además, hacía tiempo que no paseábamos tranquilamente por Barcelona buscando un café. Le he confesado algunas de esas pequeñas ilusiones.
Hoy he hecho cosas que siempre he querido hacer. Esta mañana me he tomado un café en un bar horroroso, uno que está en los subterráneos del metro. Me ha apetecido porque siempre que paso por delante pienso que las personas que hay allí son tan felices, que les da igual ir al bar més feo de Barcelona. Y me he sentado en la barra con ellas.
Luego he pegado un chicle debajo de un asiento del metro. Es incívico pero hay cosas peores, como por ejemplo, un dos tres responda otra vez, sentirse hundida.
Y de vuelta a casa, me he pasado de largo y he conducido un rato más. El cielo estaba precioso, las montañas entre sol y sombra, ese tipo de luz que sólo es posible si la llevas dentro. Y lo prometedor, hoy era yo.
Ayer, en mi arranque de borrar canciones del pc, eliminé sin querer todas las mías. Sólo he podido recuperar una antigua, que es la que cuelgo hoy. Tiene un ritmo muy infantil, de canción para niños.
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