Llenas el eco de las clases vacías y me lees en papel. Paseo a tu lado con las manos en los bolsillos, nada me da miedo. Nos cruzamos con uno de esos coches para niños, antes valían 50 pesetas, los más sofisticados 100. Ahora no sé cuanto cuestan. ¿Quieres que te monte? Podría llevarte hasta el fin del mundo. Es entonces cuando tu mirada me despeina. Pero es verdad, me siento tan afortunada que podría acelerar cualquier cosa.
Desde la cama apunto con un dedo hacia la lámpara y poooomp, disparo. Es un gesto entre tú y yo. Mi brújula te señala.
No necesito un nombre ni un personaje para ti.
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