(Este post se puede escuchar. También está en mi página de audios. Incluye canción final de Christina Rosenvinge.)
Me estaba acordando de lo bien que lo hicimos con la ventana abierta y los coches pasando por la calle. No sabían nada de nosotras. Qué bien lo hicimos. Qué bien.
Intuí esa ventana hace años. Me pusieron el ordenador en aquella casa que había pertenecido a una familia rica. Tenía unos ventanales espectaculares. Algunas mañanas me quedaba ensimismada mirándola. Tal vez por eso me echaron a los tres meses. Me gustaba tanto... Se veía la copa de los árboles y algo más.
Años después me encuentro con una ventana similar en una quinta planta de la Gran Vía de Madrid. Me despierto y estás conmigo, chica con los ojos canica. Las personas no se pueden comer porque te quedas sin ellas pero a veces tengo ganas de hacerlo.
Cuando eras pequeña, las casualidades sacaban un metro y te medían la distancia entre el hombro y el cuello. De los 6 a los 16 años te lo medían cada semana, porque ya se sabe, pegas un estirón por la noche y ni te enteras. Y más en los gigantes.
A mi me medían la cabeza. Qué curioso, ¿no?
Años más tarde, mi cabeza encaja justo ahí, en el hueco. Qué listas son las casualidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu mensaje secreto.