Ayer escuché una frase en una película que me gustó. Un niño le dice a su padre, al que hace cuatro años que no ve, que cuando no estaban juntos sentía que caminaba y respiraba en algún lugar.
Hay personas a las que sientes que caminan y respiran en algún lugar.
Hoy he salido al balcón cuando he vuelto de trabajar y he estado observando la calle. A veces me gustaría pasar más tiempo en el balcón, pero siempre acabo saliendo a la terraza. El balcón me gusta porque da a una calle por la que pasa mucha gente. Todos parecen tener una historia distinta. La mujer de los tacones, el hombre con barba y una bolsa marrón, la madre con la hija y sus coletas. Una historia que se acaba cuando entran en el metro y ya no les veo. ¿Yo también tendré una historia? En uno de los balcones de la otra acera hay una tabla de surf que está permanentemente esperando que vuelva el verano. Me parece una tabla de surf inocente. Puede que esté rota. He recordado un puzzle que hacía de pequeña en el colegio, uno que enseñaba las diferentes horas del día. A mí me gustaba la pieza en la que el niño volvía a casa con la cartera llena de libros y la acera llena de hojas secas. En la pieza de al lado se le veía merendando en casa con un perrito.
Alguien, en mi barrio, pinta corazones en lugares que parecen abandonados. Y cuando paso por delante imagino los latidos. Bum bum, bum bum. Ojalá conociera a esa persona, me gusta su gesto, pintar corazones buenos y esperanzadores. ¿Los has pintado tú, Inés? Yo me pinto todas las noches el mío. Algunas veces mejor que otras. Me gustaría que vinieras una noche a pintármelo. Sería la noche de muchas personas distintas que caminan y respiran en algún lugar. ¿Volveré a tener una así?
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