No puedo dormir. Venir aquí es como salir al balcón.
Esta semana empezó con un caramelo envenado. Me ofrecieron un proyecto que rechacé. Me di cuenta y lo escupí. Pero no deja de ser un desengaño. Siempre me sienta fatal darme cuenta de las verdades, sobre todo cuando dibuja un panorama injusto. En teoría, no debería ser así, pero para mí supone perder un poquito de fe. Hoy me ha dolido la cabeza y las cervicales todo el día, no he podido ir a la piscina y he anulado los compromisos que tenía para mañana a primera hora. Me duele, también, una peca que tengo en la frente. Probablemente esté somatizando. Si me quedaran tres meses de vida me iría a una isla paradisíaca, a nadar desnuda en aguas turquesas y cristalinas y a acostarme con un hombre y una mujer exótica.
Tras este desvarío a lo Gauguin, qué más puedo decir. Que me sigue doliento la peca y que me la he mojado con un poquito de vino. Tengo ganas de comprarme una botella de whisky, lo que pasa es que sólo me gustan los que llevan canela, y es complicado encontrarlos. En concreto, me gusta uno canadiense que se llama Fireball. Entre el punto seguido y esta frase me he comprado una botella online.
En esta época siempre me da por pensar en la nieve. En estar rodeada de ella. Lleno mi cabeza de nieve en invierno. Pero es un plan que nunca llevo a cabo. Hace un rato, en la cama, me preguntaba qué pasaría si llevara a cabo todos mis planes. Los descarto porque creo que son poco consistentes. Estoy viendo en Yomvi una serie que se llama Fortitude, y está rodada... bueno, no sé dónde está rodada, pero la ficción está localizada en el ártico. Y claro, hay mucha nieve y hielo. No te puedes fiar de lo que sale en las películas. Esta semana vi como convertían la calle por la que bajo a la playa en una distinta. Cambiaron las papeleras, las señales y plantaron el típico taxi amarillo de nueva york. No me entretuve a saber qué era, si un anuncio o qué, pero estaban en mi esquina preferida. Una en la que hay una fábrica de ladrillo con extractores de aire acondicionado en las ventanas y una iglesia de aspecto gótico, pero que no lo es. Es mi esquina preferida. Ya lo he dicho. Porque siempre voy por ahí con la bici y tengo una sensación de libertad. Un poco más abajo hay un restaurante que me encanta, y al que quiero invitar a comer a mi amiga S, o a mi amiga A, algún día. Es el restaurante de mi vecino.
Dichas todas estas cosas sin demasiada importancia, voy a volver a intentar dormir.
Quizás la mejor solución que deberíamos adoptar todos es plantearnos la vida como si nos quedaran 3 meses de vida...
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