jueves, septiembre 15, 2016

Plantas y personas





Hoy me he despedido de una profesora visitante que ha estado durante toda la semana  dando unas conferencias, y hemos compartido con ella varios almuerzos en el campus. Al decirme adiós, me ha dado un abrazo sincero, como cuando conoces a alguien en un viaje y te haces amiga y hablas en un idioma que no es el tuyo y cuentas detalles sueltos de tu vida, que al final son como piezas de un puzzle o, mejor dicho, instantáneas, como esas de la infancia, que a veces, con el tiempo, quedan fuera de contexto. Algunas personas entran, otras se van, otras se quedan, otras se van por un tiempo y vuelven de otro modo, otras se convierten en invisibles, otras en fantasmas, otras en desconocidas y otras son futuribles.


Esta mañana he salido al balcón a asegurarme de que mis plantas habían sobrevivido a la gran tormenta de ayer noche que, por lo que me han comentado esta mañana, no fue igual en todas las zonas. He revisado los tiestos y ha habido sorpresa: el esqueje de una planta había dado otra indéntica a ella pero más pequeña. Las primeras semanas la miraba cada noche y no veía nada nuevo. Y hoy, que ya ni me acordaba de que estaba ahí, me he dado cuenta de que había enraizado. He recordado que ese tallo lo encontré por la mañana,  encima del capó de mi coche, justo en el medio, tras dormir por última vez con mi persona preferida del primer semestre del año. Y me la llevé pensando que trataría de plantarla para ver si salía algo... Yo de nombres no sé, pero me pareció bonita y curiosa. La vida es algo imprevisible, no sabes qué va a brotar y qué no. En el balcón de Carmelo todavía queda un geranio. Vaciaron todo el piso pero dejaron esa maceta. No se ha secado porque, casi estratégicamente, el agua del extractor del aire acondionado del vecino de arriba le cae justo encima. Me alegro. Son huellas en forma de planta de las personas que han formado parte, de algún modo, de mi rutina. Una transformación de ellas.

Todavía sigue nítida, aunque ya no tanto, la imagen de mi vecino Carmelo, muerto en el  balcón, aquella mañana, con el sol estrellándose en su cuerpo, rodeado de sus plantas, que creo que eran lo único que lo mantenía vivo. Bueno, eso y el casino. A finales de la semana pasada vi que su piso estaba abierto. Supongo que quieren alquilarlo. Pedí permiso y entré a verlo por curiosidad. 

Fue extraño. Fue como estar en el santuario de alguien. El hogar es el sitio en el que somos nosotros en esencia, el lugar en el que no fingimos nada. Vi su cama, su armario, su cocina. Algunos platos en el armario. Quizás soy la única persona que se acuerda de ese hombre en la faz de la tierra. Era viudo, no tenía hijos. Siguen llegando cartas para él. Ninguna interesante. Yo quiero que reciba alguna postal, una carta escrita mano, algo que pueda parecerse a la  vida. 


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