Se me rompió la pantalla del móvil porque entré en un lavabo y no había luz. Por algún motivo decidí que necesitaba luz para bajarme las bragas –aunque no era cierto, no la necesitaba, me sé de memoria esa operación, quien no se la sabe, pero estaba quisquillosa, quería luz– y se me ocurrió usar la linterna del iPhone. Lo apoyé en el portarollos de papel higiénico, a modo de antorcha. Pensé que era como estar de campamentos, o algo así. No tengo ni idea porque no he ido nunca de campamentos, es una de esas experiencias que me he perdido por ser una persona con tendencia al aislamiento desde la niñez. Pensaba, ¿para qué mierdas quiero ir yo de campamentos? Bueno, y me bajé las bragas y todo eso. Y cuando ya estaba a punto de acabar con toda la operación, el teléfono se cayó en plancha al suelo. La pantalla desquebrajada, pero seguía funcionando. Me pasé dos días clavándome cristalitos por poner acentos en los mensajes (porque tienes que deslizar el dedo), pero no me hacía daño porque tengo la punta de los dedos muy dura, supongo que de tocar la guitarra (que es lo que empecé a hacer cuando se iban de campamentos los demás). O sea, que todo estaba muy conectado. Los campamentos, la pantalla rota, los dedos duros, las guitarras. Parecía que era cosa del destino.
cualquier cosa puede ser una señal del destino, es cuestión de no ponerse muy exquisita con los mensajes :)
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