He recogido la ropa limpia del tendedero y he sentido que era bonito dormir entre sábanas impregnadas de sol. Una alegría inesperada. Qué sé yo...
He estado hablando con un vecino de la calle, el de la editorial. En su pequeño catálogo hay una joya brillante que me encantó leer, una selección de cartas de Virginia Woolf a amigas suyas, escritoras y amantes. Esa conversación informal sobre novelas y sobre la vida, en la calle, sentados en la puerta, a la sombra, me ha encantado.
Por la tarde, he tenido que lidiar con la apatía y una tristeza muy mía, y con un montón de dudas e inseguridades que planean a mi alrededor, como águilas o cuervos. Me he acordado de aquel libro que leí el verano pasado, “El duelo es esa cosa con alas”, de Max Porter. Es una novela tan extraña y poética. Esa cosa con alas se va cuando ya no la necesitas.
Ha llovido un poquito y luego he salido con la bici a dar vueltas sin ton ni son por el barrio, alrededor de recuerdos de cosas que no volverán. Me sentía guapa y triste.
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