Esta mañana las carreteras de la costa no llevaban a las playas, aunque el mar les siguiera firme y seguro detrás de las ventanillas y pensaran, quizás, en el verano y en levantarse temprano cuando llegue, para ser los primeros en tocar la arena.
Hoy todos se besaban con lágrimas, tal vez pueda ser así por las noches alegres y con vino después de la facultad. El frío corta la cara, nos esconde las manos y las campanas vuelan tristes con sólo tres notas, sonando condenadas a anunciar muertos.
Se asusta al sentirse tan cerca de ella, por su abrazo de hoy, de dolor compartido, y por eso que parece un murmullo, o una sombra, que no quiere ni pensar ni ver ni oir ni nombrar. Pero no consigue ignorar, que al padre de Ana, se lo llevó la misma enfermedad que espantan en casa.
La gravilla del cementerio me hunde un poco el paso.
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