(editado: he cambiado un verbo, un articulo y una coma. )
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Cuando volvíamos de la tienda de comics, vi la Vespa de color negro en el escaparate. Reluciente. Qué bonita es. Siempre le digo a Sofía que cuando me vaya a vivir con ella me compraré una. Es curioso, es una ciudad llena de perros con jersey. Hay tantos perros con jersey que en la entrada de las tiendas hay un gancho especial para dejarlo atado, sé que es para eso porque hay un cartel donde lo pone: "perros".
La gente de la calle gasta ese tipo de amabilidad fría de los países muy educados: te abren la puerta, la sujetan hasta que pasas con la bolsa de la compra, pero no te miran a la cara. Yo ya les tengo cariño. Me gusta pasearme por las calles y hacerme socia de un videoclub de películas lentas, y que todo sea nuevo, pero a la vez cálido y lleno de futuro, porque imagino mi vida allí. Me imagino siendo la profesora de música que llega con vespa al colegio, los niños y las niñas saludándome por la calle de la pastelería: señu, señu, hola... ya me sale ese rock de elvis con la flauta...
Hay un sitio al que llevaré a mi amigo Enrique algún día. Las mesas son de color vainilla y están decoradas con ribetes que son como tinta negra. Los vidrios de las ventanas están pintados con siluetas y figuras, la pincelada es gruesa, y la pintura se ilumina con la luz del interior del bar. El ambiente es muy expresionista.
Ella tenía los ojos llenos de cosas, le vi una noria de ciudad grande, una de esas que no dejan de dar vueltas ni una sola tarde del año y son preciosas con las luces verdes y amarillas. Me gusta cuando le sale su acento del sur. Y sólo le sale a veces. Yo siempre estoy esperando ese momento, las palabras se hacen más cortas. Si inclinas la cabeza hacia un lado es que estás piropeando.
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