En el parque me sorprendió una lluvia de hojas secas. Me rozó la cara y el abrigo como un contrincante con espada y cicatriz en el pómulo izquierdo. El viento soplaba y la lluvia se hizo más fuerte. Las bailarinas caían girando hacia el suelo. Los tutus se abrían como un paracaídas. Mis perros y yo mirábamos hacia arriba boquiabiertos. Mirad la lluvia de hojas. Mi perro negro quiso perseguirlas todas pero era imposible, cuando tenía una a punto en el hocico, otra caía dos metros más allá. Intentaron ladrar algo pero nada. Yo tampoco supe qué decir.
Nos fuimos a casa. Comimos lentejas y una mandarina. En seguida me puse a trabajar. Por la tarde tengo que aprender todo lo que no sé hacer por la mañana. Un día de estos dejo de hacer equilibrios y si me equivoco, pues me equivoco y no pasa nada.
Nos fuimos a casa. Comimos lentejas y una mandarina. En seguida me puse a trabajar. Por la tarde tengo que aprender todo lo que no sé hacer por la mañana. Un día de estos dejo de hacer equilibrios y si me equivoco, pues me equivoco y no pasa nada.
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