viernes, septiembre 06, 2013

1077. Cuántas pestañas habré perdido ya





Hoy me han dado las llaves del lugar en el que viviré. Son muy grandes. Son de castillo. Necesito unas llaves grandes para mi nueva temporada. Llaves que no quepan en cualquier bolsillo. Que no puedan perderse en un bolso. Que no se confundan con otras. Llaves con historia –porque yo la tengo.

Me imaginé viviendo allí en cuanto el sol de la habitación me iluminó las pestañas –¿cuántas pestañas habré perdido ya?– y sentí eso que se siente cuando unos labios son tu cama revuelta unos instantes.

Muy cerca hay un local de sushi a domicilio. Era muy familiar, no era una franquicia, no era la copia de otra copia. Creo que lo regenta Scarlett Johanson por las mañanas y Jude Law por las tardes. También hay un bar muy de toda la vida, con carajillos, pinchos de tortilla, bocadillos de salchichas con pimientos, cerveza de barril y jamones fascinantes colgados. Y un quiosco de prensa. Y muchas bicicletas. Y una parada de metro por donde la gente baja a a las entrañas de la tierra ciudad.

 El número de la calle es el 69. Siempre que el azar me da un número tiene un 6. Lo tengo comprobadísimo.

He decidido que si hay un fantasma será bueno. Me preparará sopa para los días de invierno. 

Me siento mucho mejor desde ayer. Me liberé de algo que me angustiaba, que era una parte de mí que me dominaba en exceso. Ese espacio se llenará de amor, lo presiento. Todo está bien en la selva. No hablo de olvidar, porque eso no se hace. Eso pasa aunque no quieras. Hablo de mirar desde otras ventanas y vivir con lo que vaya viniendo. Llaves grandes para verme mejor.

Probablemente sienta mucha soledad, pero será de la buena, de la que es como nadar.




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