Llevo tres días con una tranquilidad necesaria, como cuando te subes a un avión y sabes que pase lo que pase en los motores es inevitable y que, por lo tanto, es necesario no preocuparse. O como cuando ya llegas tarde a algún sitio y te relajas porque sabes que ya no vas a poder llegar a tiempo.
Esta tarde, volviendo a casa, no me he sentido en mi lugar. Me he sentido en mi lugar bajo otros cielos, nubes remotas. Pero agua pasada no mueve molinos. Pero a mí me importa un pito el refrán.
Ahí van seis personas con abrigo. Y el del acordeón de la parada del metro, que no deja de tocar. Escucho su música desde aquí.
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