Cuando era pequeña, a menudo salíamos a comer fuera. De hecho, uno de mis juegos preferidos era el de “los restaurantes”. Me gustaba inventarme la carta, escribirla y ponerle precio a los platos. Mi restaurante se llamaba como mi apellido, yo era la fundadora, la camarera, y la cocinera. No sé si por ser hija única y haber jugado bastante sola (excepto en verano, en verano siempre estaba en la calle con más niñas y niños), pero cuando trabajo en equipo tiendo a llevar la batuta (o a querer llevarla) porque en mi cabeza veo claramente los pasos a seguir y lo que se necesita, porque es lo que yo haría para ponerlo en marcha si no contara con más personas. No digo que sea bueno o malo, es una reflexión.
Sigo pensando en llegar de noche a Venecia, como ya escribí algunas semanas atrás, y en avanzar por el gran canal, con las siluetas de los palacios y las ventanas iluminadas de las casas reflejándose en el agua y el vaporetto abiriéndose paso. Creo que “ese llegar de noche a Venecia” es la metáfora de algo que todavía no sé. Tengo esa corazonada. O puede que solo sea un recuerdo intenso.
He encintado el manillar de la bici de color verde oscuro, y la verdad es que me ha quedado tan bien que cuando voy por la calle me siento como si llevara la bici más bonita del barrio.
Supongo que existen dos Venecias, como existen dos cosas de casi todo. Una Venecia real y otra imaginada, a la imaginada sólo se puede llegar de noche, eso seguro.
ResponderEliminarSiempre hay dos versiones de la historia...y ciertas para cada persona que la cuente.
ResponderEliminar