Llevo unas semanas tocando cada tarde la guitarra. Desde adolescente, tocar ha sido una de mis evasiones preferidas.
He conseguido reconducir mis pensamientos y ya no son tan tristes como en los últimos meses. He tenido sensaciones nuevas, brillantes, sobre todo en instantes relacionados con el arte. Al contemplar un cuadro, una fotografía , al leer un poema o recordar un palacio de Venecia.
El sábado era Sant Jordi y estaban las calles llenas de gente. Sentí mucha alegría. Me sorprendió sentirla, no la esperaba. Alegría genuina, no un derivado. Alegría de repente, alegría como cuando abres una bolsa de patatas fritas y se rompe el envoltorio. Una alegría que me llenaba las pestañas, los dedos y la boca de algodón pegajoso y dulce.
Alegría genuina, en estos tiempos en que todo viene empaquetado y precintado hasta la alegría parecía haberse convertido en un producto.
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