Yo aprendí a llevar aviones una noche que quería volar. Mezclé unas pastillas que tenía mi padre por casa, de las que se toma para arreglar el corazón, y me las tragué con una tarta de manzana que había hecho mi madre. Le sale rica. Y al poco rato ya era piloto y estaba haciendo señales con un espejo desde el aire...
A conducir el coche aprendí llevando a mi madre a las sesiones de quimio en el hospital. Hasta ese momento sólo me sabía dos calles: La calle Aragón y el Paseo de Gracia. Mis amigos se aburrían un montón conmigo, por eso dejaban de serlo. Me daban ultimatums: paola, si no cambias de calle te dejamos de hablar. Se fueron bastantes. Pero fíjate, con lo del hospital se abrió un mundo nuevo para mí, lleno de calles adyacentes y rutas alternativas. Jugué un poco a ser una ambulancia pequeña y sin prisas. Fue un año y medio intenso. Una vez, una amiga vino a hacerme compañía durante una de las operaciones. Yo estaba mal porque hasta mi novio de entonces escurría el bulto y llegaba cuando ya todo había pasado. Así que aquel día me sentí muy bien con ella. Al cabo de un tiempo nos enfadamos por un beso de nada, aunque la versión oficial era "por un concierto", y no nos volvimos a ver más. Tocábamos juntas en un grupo, yo era la bajista y ella la cantante. Los grupos siempre se acaban enfadando por un beso.
Mañana ya es viernes y tengo ganas de despertarme contigo. De estar en tu casa. El sábado sacaremos a pasear al pingüino que ahora ya hace más fresquito y no notará tanto el cambio de clima.